lunes, 30 de mayo de 2016

El Rey del Último Minuto


El silencio se rompe. Gira la llave en el bombín y se abre la puerta. La mano de Flavia busca el interruptor mientras tintinea la pulsera. Ahora que se hace la luz en el salón les invita a entrar: “Pasad, pasad por favor… él suele acostarse tarde… seguramente estará despierto aún”. Cuelga su bolso en la percha junto a la entrada. Detrás, casi de puntillas, Chelo murmura: “…no deberíamos haber subido… no son horas”. Kepa deja caer la chaqueta sobre el sofá y les indica el camino a la terraza. “¿Qué os apetece…? ¿preparo café?”. Benigno asiente, “por mí bien”,  y le sigue: “¡Joooo, vaya vistas tenéis desde este ático!: Mardebé a vuestros pies”. “Si te asomas, ves el mar”, apunta Flavia, mientras sube los escalones que llevan a la habitación de Fabricio. Chelo está en un sí, pero no: “Flavia, no lo despiertes, pobrecito, no lo llames”, la sujeta a mitad de escalera, “…es verdad que hemos subido porque me apetecía un montón verlo… la última vez era tan, tan pequeñín…”. “Mmm…. Tiene la luz apagada. Pero ea, no pasa nada, le pido que salude y luego que se vuelva a acostar”. Está cerrada su habitación. Toc, toc. Llama. “Fabriiiii…. ¿estás durmiendooo?”. La respuesta es el silencio. Pasan diez, quince segundos. Responde con un “nooooooooooo” gutural. “¡Ay qué bonico, le ha cambiado la voz!”, salta Chelo desde abajo. Flavia se explica: “Han subido a casa Chelo y Benigno. Hemos pensado que vamos a tomar algo en la terraza y a charlar un poco. Chelo dice que no te ha visto desde que te dio clase de Historia en séptimo… ¿cuánto hace de eso? ¿cinco años? ¿No te importa…? ¡Anda, peque, no seas antipático!”. La respuesta es más silencio. Unos minutos más tarde, Flavia sale a la terraza donde ya humea el café y anuncia: “Dice que ahora baja”.
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Desgreñado. Con los ojos cegados por la luz. Con el pijama de pantalón corto de Spiderman. Vacilante. Irrumpe en la terraza y suelta un ronco: “Buenas noches”. Chelo se gira y lanza un UAAAAAHHHHH que puede hacer saltar la paciencia de los vecinos que se revuelven en sus camas porque así no hay quien se duerma. Este Fabri espigado, con pelusilla en el bigote es él, es su pequeño Fabri. Y le caen dos sonoros besos. “¡…déjame que te mire… pero qué guapo… qué alto… qué…!”. Menudo cambio. Lluvia de piropos. No se iba a quedar como la pulguita que fue, piensa él. Delante de la señorita Chelo sigue teniendo vergüenza. Mucha. Se ataranta. Ella le recuerda muy, muy bien. Fabri era especial. “¿Y qué? ¿Sigues dejándolo todo para el último momento?”. Flavia se atraganta. Ya contesta por su hijo, ya:. “qué va, menudo cambiazo ha dado… no verás chico más organizado que él. Lo tiene todo planificado. Distribuye su tiempo de manera que le cunde y llega a todas partes…”. Fabri casi se ruboriza. “…no exageres”. Su padre lo corrobora: “es verdad: siempre va por delante… a éste no le pillará nunca el toro… yo no sé a quién le sale este chiquillo… es un máquina”. Chelo se lleva las manos a la cara. Quién lo había visto y quién lo ve ahora. Como si no lo creyera. “…es que tú eras justo lo opuesto: hacías los deberes en el autobús un minuto antes de entrar en clase… te pasabas los exámenes mirando el techo y, luego, al final te inspirabas y escribías a toda prisa… te quedabas  en el comedor hasta que salían las de la limpieza para fregar y así poder pasar la bandeja con los platos mareados pero sin tocar… ¡es que tú eras EL REY DEL ÚLTIMO MINUTO!”. Fabri se encoge de hombros. Flavia la interrumpe: “…sí, lo sería de pequeño… pero andando el tiempo se le ha activado su gen de la madurez… y eso, aquello, se quedó para la leyenda”. “Míralo, Benigno, míralo…”. Chispitas en los ojos de Chelo. Suspiros. Admiración. Quién lo diría. Impresión. “…se ha hecho mayor”. A Fabricio también se le nubla la mente con recuerdos. Chassss. “Bueno… yo voy a a acostarme otra vez… Me he alegrado mucho de veros”. Antes de retirarse, carraspea y pregunta: “¿Cómo está Laia?”. Aspavientos. “¿LAIA? ¡Lleva atacada del todo desde hace dos semanas! ¡Mañana tiene un examen de Física y no hay quien le tosa ni le pueda decir ni mu!”. “Le dais recuerdos de mi parte”, pide. Mientras sube despacio los escalones, aún escucha parabienes y admiraciones. Qué cambiazo, qué grande, Fabri, qué grande. Luego, enciende la luz de la mesita, coge el despertador, y lo adelanta una hora. En vez de a las siete, a las seis. Entre dientes se le escapa un “Otra vez, cagüen. Como siempre, joder. ¡Ya no me acordaba del examen de Física de mañana y no he abierto aún el puto libro!”.