domingo, 6 de septiembre de 2015

Brackets


I
Aún faltan dos kilómetros para llegar a la estación Central de Mardebé y cuatro impacientes ya se han levantado situándose en torno a la puerta del descansillo. Pues yo también. No sea cosa que el tren mueva de nuevo y a mí no me haya dado tiempo a bajar. Chirria. Frena en seco. Glup. Parecía que por un momento iba a tragarse los hierros de seguridad que hay donde terminan las vías. Pero no. El maquinista lo debe tener medido. Se ha quedado a cinco centímetros. Me empujan por detrás. Vamos bajando. Pongo pie a tierra. ¡Fiuuuu, Fiuuuu! Qué estampida. Me adelantan por un lado, por otro. Si no estoy listo, esa señora me arrea un bolsazo. Estaba a la altura de mi cabeza. Me siento un poco raro. Me miran. Se preguntarán dónde va este niño. Al dentista. Y para ir al dentista no hace falta que mi madre venga conmigo. Sé el camino y ya puedo ir yo solo. Avanzo hacia la salida. Por donde esperan los taxis. Me siento un poco raro. La ciudad se abre ante mí. El tráfico a acelerones y bocinazos. Los peatones cruzando a la de una, dos y tres. Observo con curiosidad que esto es lo que hacen los mayores cuando los demás estamos en el colegio.
II
Como voy a mi aire, sin mi madre detrás diciéndome, “¡Venga, Boro, no te encantes!”, antes de entrar en el portal donde un señor con uniforme me preguntará que a dónde voy, me quedo mirando el escaparate de la tienda de coches deportivos. Qué pasada. Cómo me gustaría… Cuánta pasta tienen que valer. Me empapo. Me leo las características en los rótulos. CC, AA, EE… para decir cierre centralizado, aire acondicionada, elevalunas eléctrico… Me parece que pediré por ahora uno en versión MG, es decir MIS GANAS…
III
Según me ve entrar por la puerta Asun, la de recepción,  me saluda:  “Buenos días, Boro… pasa un momento y siéntate, enseguida te llamamos”. Hay lámparas por todos los sitios, pero hacen todas muy poquita luz. Mis ojos tienen que acostumbrarse a la penumbra de esta clínica. Me va la respiración a mil. Y no es por haber subido por las escaleras. Estoy nervioso. Me sabe mal pisar esta moqueta tan limpia y tan nueva con mis zapatillas. Aquí todo el mundo habla bajito, bajito, como si temiesen molestar al vecino de abajo. Y eso que suena una música de fondo. Ray Coniff.  Aún no he descubierto dónde están los altavoces. Canciones sin propaganda, sin principio ni fin. Cuadros en las paredes con marcos de museo. Paisajes con caminos en los que me gustaría meterme. Los títulos y diplomas enmarcados del doctor Agut. Y un sofá con tela parecida a la de mi casaca fallera. Me hundo en los mullidos almohadones. Cuando me llamen, tendrán que venir con una grúa para rescatarme. Con todo, y con disimulo, llevo mi mano derecha a la nariz para respirar. Se creerán que es la esencia de lo mejor, pero aquí tienen un ambientador que parece la colonia de una abuela petorra. Las primeras veces, aún me acercaba a mirar alguna revista. Pero puag, “Mueble con estilo”, “Casas de ensueño”… y todas un poco pasadas. Así que me entretengo circulando por las líneas del papel pintado. Subiendo, bajando. Cesca, la enfermera, me sacude el hombro: “¡Boro…! ¿te habías dormido?”. ¡Normal! Con esta luz amortiguada y esta musiquita, como para no pegar un siestecita. 
IV
Ahora sí que sí. La hora de la verdad. Estoy aquí porque mi madre se empeñó. Yo no quería. Además, me dijeron que esto sería un “quita y pon”. Y de eso nada. Son unos hierros que ni la rejas de la cárcel modelo Cuando me miré en el espejo, me dio un bajón que aún me dura. Encima, esto tiene que ser así durante… ¡TRES AÑOS! ¡Tres años, los que tendrían que ser los mejores de mi vida! Esto no lo perdono. Me siento en la silla. Cesca se acerca a mí, bata blanca y guantes en ristre. “Antes que nada…”, le informo cuando voy a abrir de par en par mi boca, “se me ha despegado un bracket”. Luego le aseguro que yo no he hecho nada malo para que eso me pase. Eso por supuesto.  
V
Cesca y Fabiola hablan y hablan. Se creen que porque yo esté ahí, con la boca  como el león de la Metro, ni escucho ni siento. Pero jopé. Me empapo de todo. Mis ojos ven las cejas depiladas de Cesca. Y célula a célula, su piel maquillada, perfecta. En contraste, cuando es Fabiola la que se me acerca… vaya manos de camionero las que le adornan… y eso que le asoma por encima del labio se parece mucho a un bigote. Mi olfato percibe el último café que tomó Cesca. Y el tabaco negro que se fumó Fabiola cuando ha ido al baño. Y mis oídos… mis oídos se empapan con sus historias. Hoy es cuando Cesca le ha explicado a Fabiola que sí, que por fin, Boni se le declaró… “¡Es más bonicoooooo! ¿Quieres que te enseñe la foto que me dio?”. Le brillan los ojitos. Se creen que ni escucho ni siento, pero, caramba, me han pillado con el carrito del helado cuando he estirado el cuello, porque, claro, yo también quería ver la foto del bonico de Boni.
VI
Hecho el trabajo de campo es el momento. Mi boca sigue abierta como el túnel del tren de la bruja. Las enfermeras Cesca y Fabiola hacen mutis, se retiran a un segundo plano y aparece, como los maestros, como los toreros, el gran doctor. El doctor Agut. Perfecta sonrisa. Pienso que no se la habrá podido poner a sí mismo. Eso tiene que ser difícil. Familiar, amable, cercano, me saluda: “¿Qué tal, Boro?”. Imposible contestar que bien. Imposible darle conversación. Sólo emito unas vocales: “IEEEEN”. Desde detrás le emiten información. “…se le ha soltado un bracket”. Hace una mueca. Se asoma. Delibera. Herramienta en mano, cric, cric, cric, da un apretón. Uffffff. Eso es lo que duele, mecagüen. Como quien ha dejado al toro descabellado, se lava las manos, se despide y sale. Las enfermeras se encargan del resto. “Hale, Boro, que ya estás listo”.
VII
El bocata de jamón si es con pan de leche no sabe lo mismo.
VIII
No he perdido el partido de tenis cuando el cabrón de César me ha espetado: “devuélveme ese revés, risitas de plata”. Hubiera perdido de todas formas. Pero sí que ha sido en ese momento cuando me han entrado unas ganas tremendas de enviarle la raqueta a los morros para después contestarle: “¡ahí va eso risita recién partida!”.
XIX
Año segundo. Han puesto un descapotable nuevo en la tienda de los deportivos. Hoy llego tarde a la cita del dentista, sí, pero ver bien este modelo era más importante…
XX
“…antes que nada, Cesca… se me ha vuelto a romper otro bracket”. Cesca frunce el ceño. Respira hondo. Añado: “Y no es porque yo haya hecho nada malo”.
XXX
Voy por la calle don Juan de Mediavilla. De compras con mi madre. De repente… qué veo. Sin duda. Es él. Como si lo conociera de toda la vida. Es Boni. ¡Sí, Boni, el bonico! Ahí está en carne mortal. Me sé sus aventuras. Me sé dónde trabaja. Me sé que le gusta la cerveza con limón. Estoy por saludarle y todo. Pero me freno. En seco. Me quedo cortado. Cortado es poco. Va de la mano con una chica. Uffff, qué golpe. Mundo a mis pies. Esto es el mundo real. Glup. Me sacan sangre y no me pinchan. Al revés, quiero decir. La semana que viene tengo que ir al dentista, la veré y… Qué palo, vaya palo. La pareja se me acerca. Más. Mi madre me llama. Los tengo ahí, a cincuenta centímetros. Ella, me lanza una sonrisa y me dice: “¡Hey, Boro, no saludes!”. Dos conclusiones. Lo mucho que cambia una bata a las personas. O lo urgente que tengo que ir al oculista. O ambas.
XXXI
No puedo tener peor pinta. Para empezar, los puñeteros brackets. Las pocas veces que me entra risa, me pongo la mano en la boca. Para seguir, mis gafas nuevas. A qué negarlo. Me hacían falta. Y para acabar, mi cara, que cada vez más se parece a una paella. Así…  ¿cómo le podré decir a Majo que me gusta?
XXXII
¡Me ha dicho que yo a ella también! ¡Me ha dicho que yo a ella también! UAAAUHHHH. Nos hemos hecho una foto en un fotomatón. Me ha pedido que sonría. Cómo no. De oreja a oreja. Los brackets han deslumbrado el flash. No paro de mirar nuestra primera foto. ¡Estamos per-fec-tos!
XL
Año tercero. “Doctor… se le han soltado dos brackets más, uno a cada lado…”. El doctor Agut, que acaba de hacer su aparición estelar,  da una palmada encima de la mesa. “¡Así no se puede, así no!”, dice gritando fuera de sí. Enrojece su rostro. Suelta dos tacos. “ Si no pones de tu parte, se acaba el tratamiento y en paz”. Nunca lo había visto así, con su vertiente de Mr Hyde. Con la boca abierta trato de defenderme, “oo, ooo”, que quiere decir “yo no”, “yo no he hecho nada para que se despeguen…”. Que inventen los pegamentos a prueba de bocatas. Que los inventen ya. Me quita el absorbedor o como se llame. Me quita el pañuelito que cubre mi camisa. “Vete, vete a tu casa y por aquí no vuelvas”. Se lava las manos y desaparece hecho una furia dando portazo. Cesca tiembla. Fabiola tiembla. Yo estoy cagado. Qué hago. Me acaba de tirar. Qué hago. Voy a levantarme. Voy a irme. Voy a llorar. Cesca me retiene: “chisss, quieto ahí…”.  ¿Quieto? ¿No has oído?  ¡Me ha dicho que me vaya!. Me reclina de nuevo con suavidad. “Los genios también se enfadan…”. No puedo corroborar eso, porque para mí los genios son ellas, Cesca y Fabiola, no él, y ellas conmigo nunca han estado enfadadas.
L
Cuarto año. Tendría que estar más contento. Hoy van todos los hierros fuera. Se acaba el mito de que conmigo saltan las alarmas. Mi madre, finalmente tenía razón. Tendré una sonrisa cautivadora. Y ayer, el capullín de César me pidió la dirección del doctor Agut… ¡Ahora, ahora  empieza él a enderezar los dientes de su boquita de piñón! Llego tarde. Cesca me tirará de las orejas. Pero es que el escaparate de los deportivos está vacío. No ponen siquiera si se han trasladado ni dónde. Cristales sucios. Teléfonos y cables por el suelo. Sólo los pósters de unos coches que ya no están. Jopeta. Antes de contestarle al pesado del portero que voy al primer piso, al odontólogo, me pregunto ¿y dónde narices me compraré yo ahora el descapotable?

1 comentario:

  1. No aguanto más con los brackets pensaba que me los iban a quitar hoy 27 de enero y al final me dicen que tengo que esperarme hasta el 7 de marzo no aguanto más ya llevo cuatro años y estoy llorando por que cuando me dijeron que me los iban a quitar en enero estuve contando dia a dia a dia cuanto faltaba para que me los quitasen, esto es una tortura un sufrimiento echo de menos acariciarme los dientes con la lengua tengo el estomago revuelto de tener que esperar un mes más lo odio lo odio tengo ganas de que a mi dentista le ocurra al go horrible odio los puñeteros brackets lle vo asi desde sexto de primaria ya me habia echo ilusiones y cuando mi madre ha preguntado: ¿hoy ya le quitan los brackets?¿noo? y ha respondido: no vamos a esperar un mes más me he contenido tanto para no pegarle o gritarle que al volver no se cuantos lapices rotos habre dejado sobre mi mesa ya no lo aguanto mas si alguien sabe que hacer para que pase el tiempo mas rapido hasta el 7 de marzo que lo diga no puedo mas sigo llorando creo que voy a vomitar, eso si sera sobre la cara de mi dentista

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