domingo, 20 de septiembre de 2015

Cuando ya no lo esperas


I
Efrén abre la puerta atrancada de la ferretería. Está de bote a bote. Pide la vez. “Aquí se coge numerito”, le espetan. Tira del boleto. 308. Van por el 289. Bufffff. Mira alrededor. Cacerolas esmaltadas de mil tamaños cuelgan del techo. Se agacha para no darse en la coronilla. Parrillas para barbacoas. Muestrarios de cortinas de tiras y de canutillos de plástico y de madera. Y ese olor a herramienta nueva, a cuerda de esparto. Hules lisos o estampados vendidos al corte. Cajas metálicas rosadas, azules, cromadas. Candados. Cadenas. Destornilladores alineados. Martillos y paletas de albañil con sus mangos barnizados. Sierras. Mucho material concentrado en muy poco espacio. Barullo. Resoplidos. Detrás del mostrados atienden dos personas. Y no dan abasto. Él, con las progresivas,  cuenta tuercas, que se venden sueltas. Ella, subida a un taburete, guarda un grifo en su envoltorio. Efrén aprieta la manivela rota que lleva en una bolsita de plástico. Abría la vieja puerta de su cocina. Sonríe. Ha llegado al sitio adecuado. Aquí, con esta solera, tienen una manivela como ésta seguro. “¡Doscientos noventa!”. Bueno, poco a poco, ya le falta uno menos.
II
“¿Qué buscas Casandra?”, le pregunta su padre. “…el chico, que quiere una manivela Retriever… yo juraría que estaban aquí”.  Haciendo equilibrismos en lo alto de la atestada estantería, encajando unos bultos encima de otros. Corriéndole el sudor por la mejilla. Se da por vencida. “lo siento… pensaba que me quedaban y no… lo que puedo hacer es pedirla…”. Efrén asiente: “sí, por favor”. Ella toma nota en la libreta con un boli bic. Ma-ni-ve-la re-trie-ver. “Apuntado queda, vente en unos dos días, que ya la tienes aquí”. Él da las gracias y se da la vuelta. No lo había notado, pero la ferretería sigue igual de reventada que cuando él, hace casi una hora, ha entrado. “¡Trescientos nueve, por favor!!”.
III
Ah, también tienen botijos, se apercibe Efrén. Coge número. Ciento noventa. Total, es para recoger la manivela que encargó. Espera. Menos que la vez anterior, pero también un buen rato. Cuando le llega el turno, él pide “la manivela” y ella, “¿manivela? ¿qué manivela?”, no se acuerda de nada. Al final, “Ahhhhhh, síiiiiiiii, la retriever”, abre los brazos, “lo siento: no nos la han traído”. ¿No? ¿Y ahora qué? “Pásate por favor el Lunes...”. Mientras él se da la vuelta con gesto derrotado, ella apunta en la libreta: “ESTA VEZ SÍ: PEDIR la dichosa MANIVELA”.
IV
Y bombonas azules de Camping gas, de eso también hay.  Según franquea la puerta, Casandra, detiene la máquina copiadora de llaves y no le deja coger número. “Aún no lo han traído… pásate el Viernes”. Efrén resopla. Repite: “…el Viernes”. Bueno, por lo menos, esta vez no ha tenido que esperar a que despacharan a toda esa tropa para escuchar eso.
V
Los azadones sin mango, de acero templado, también cuelgan de un soporte en una pared lateral. Cubiertos de polvo, dan testimonio de que Mediavilla se quedó hace mucho sin huerta. La frase se repite, más o menos en los mismos términos: …”oye, lo reclamaré de nuevo… No sé por qué no la  han traído aún… esta casa es seria… pásate la semana que viene”. Efrén hace una mueca, no quiere decirle, “creo que ya no te creo”, y en su lugar se despide sin palabras, sólo con un gesto con la mano. A Casandra, eso le ha dolido. Hoy había poca parroquia en la ferretería. Será que es invierno y que con el frío que hace, por la calle no pasa un alma.
VI
Las colas, todas las que quieras. En diferentes tamaños de bote, forman una pequeña muralla. Alguno debe estar abierto, porque huele a disolvente que coloca. Por fin. Por fin. Por fin. Efrén sonríe. Nunca es tarde si la dicha es buena. Casandra le explica. La casa fabricante cerró. Ella fue al almacén y buscó, una por una todas las referencias. Encontró… ¡UNA! Una manivela retriever. “Era cuestión de orgullo”, recalca. Ahora está buscando. En los cajones de detrás del mostrador. En los estantes de debajo. Remira de nuevo. Se asoma a la trastienda: “Papá, ¿una cajita verde no la habrás visto?”. El padre se asoma. “¿Una retriever?”.  “Sí”.  “La he vendido esta mañana”. El mundo se para. Los ojos se desorbitan. El rostro de Efrén se ensombrece. Mientras se despide, murmura: “No pasa nada, no pasa nada”. Casandra no habla. Sólo quiere comerse a su padre.
VII
Qué casualidad. Estar en la misma boda. Efrén por parte del novio. Casandra por parte de la novia. Qué coincidencia. Sentarse en la misma mesa. Qué encantadores. Ella, con su vestido verde. Él, con su traje negro. Sin saber qué empezar a decirse. Y luego, al segundo Viña Pomal, sin parar de decirse. Un millón de palabras. Entre ellas, y aunque no han dejado de pensarla, no ha salido ni una sola vez la palabra “manivela”.
VIII
Aunque no le viene de paso, él toma la calle paralela y cruza. Mira a través de la cristalera. Mochilas de sulfatar. Ella hace como que no, pero también lo ve. Él piensa, qué tiempos cuando no se podía casi entrar en la ferretería, qué daño han hecho los mega brico centros. Luego vuelve a cruzar y sigue su camino a casa. 
IX
En la entrada, un “SE ALQUILA”. Bajo, escrito con rotulador, “O SE TRASPASA”. Ahora, sin tanto género amontonado, se advierte que las baldosas eran negras, con ribeteados verdosos. De la fábrica de azulejos Carmín. Casandra, subida a una escalera, vacía las estanterías. Toca cierre. Toca retirada. Ahí, en el fondo, una cajita perdida. Estira la mano. La alcanza. Le pican los ojos del polvo. Le bate el corazón. “Manivela Retriever”. Casi se cae del susto. “¡Ahora vengo, papá!”. Clinc, clinc. Sale de la tienda. A todo meter, con la caja verde de cartón viejo entre sus manos, sale de la tienda. 
X
Efrén abre a Casandra. A pie de calle. Qué sorpresa. “Qué haces tú aquí”. “Mira”. Ella se lo cede como quien cede una joya de Tiffanys. Uauuuhhh. Él ha abierto la caja. Dentro, una magnífica manivela retriever. Brillan sus ojillos. Cuánto tiempo buscándola… “Diez años por lo menos”. “…siempre estuvo allí”. Luego empiezan un tira y afloja. “Qué te debo”. “Por lo que has esperado, nada”. Suspira. “¿Y si..?”. No termina la frase con un: “… volviéramos a vernos?”.  Pero sí, estaría muy bien. Volver a quedar. Volver a verse. Ahora ella tiene que volver a la ferretería. Ya sin prisa, ya sin un peso, en una incipiente noche sin luna, ella camina casi levitando. Abriendo plano, en la otra esquina, donde los contenedores de basura, aún está tumbada la vieja puerta de la cocina que Efrén desmontó ayer.


domingo, 6 de septiembre de 2015

Brackets


I
Aún faltan dos kilómetros para llegar a la estación Central de Mardebé y cuatro impacientes ya se han levantado situándose en torno a la puerta del descansillo. Pues yo también. No sea cosa que el tren mueva de nuevo y a mí no me haya dado tiempo a bajar. Chirria. Frena en seco. Glup. Parecía que por un momento iba a tragarse los hierros de seguridad que hay donde terminan las vías. Pero no. El maquinista lo debe tener medido. Se ha quedado a cinco centímetros. Me empujan por detrás. Vamos bajando. Pongo pie a tierra. ¡Fiuuuu, Fiuuuu! Qué estampida. Me adelantan por un lado, por otro. Si no estoy listo, esa señora me arrea un bolsazo. Estaba a la altura de mi cabeza. Me siento un poco raro. Me miran. Se preguntarán dónde va este niño. Al dentista. Y para ir al dentista no hace falta que mi madre venga conmigo. Sé el camino y ya puedo ir yo solo. Avanzo hacia la salida. Por donde esperan los taxis. Me siento un poco raro. La ciudad se abre ante mí. El tráfico a acelerones y bocinazos. Los peatones cruzando a la de una, dos y tres. Observo con curiosidad que esto es lo que hacen los mayores cuando los demás estamos en el colegio.
II
Como voy a mi aire, sin mi madre detrás diciéndome, “¡Venga, Boro, no te encantes!”, antes de entrar en el portal donde un señor con uniforme me preguntará que a dónde voy, me quedo mirando el escaparate de la tienda de coches deportivos. Qué pasada. Cómo me gustaría… Cuánta pasta tienen que valer. Me empapo. Me leo las características en los rótulos. CC, AA, EE… para decir cierre centralizado, aire acondicionada, elevalunas eléctrico… Me parece que pediré por ahora uno en versión MG, es decir MIS GANAS…
III
Según me ve entrar por la puerta Asun, la de recepción,  me saluda:  “Buenos días, Boro… pasa un momento y siéntate, enseguida te llamamos”. Hay lámparas por todos los sitios, pero hacen todas muy poquita luz. Mis ojos tienen que acostumbrarse a la penumbra de esta clínica. Me va la respiración a mil. Y no es por haber subido por las escaleras. Estoy nervioso. Me sabe mal pisar esta moqueta tan limpia y tan nueva con mis zapatillas. Aquí todo el mundo habla bajito, bajito, como si temiesen molestar al vecino de abajo. Y eso que suena una música de fondo. Ray Coniff.  Aún no he descubierto dónde están los altavoces. Canciones sin propaganda, sin principio ni fin. Cuadros en las paredes con marcos de museo. Paisajes con caminos en los que me gustaría meterme. Los títulos y diplomas enmarcados del doctor Agut. Y un sofá con tela parecida a la de mi casaca fallera. Me hundo en los mullidos almohadones. Cuando me llamen, tendrán que venir con una grúa para rescatarme. Con todo, y con disimulo, llevo mi mano derecha a la nariz para respirar. Se creerán que es la esencia de lo mejor, pero aquí tienen un ambientador que parece la colonia de una abuela petorra. Las primeras veces, aún me acercaba a mirar alguna revista. Pero puag, “Mueble con estilo”, “Casas de ensueño”… y todas un poco pasadas. Así que me entretengo circulando por las líneas del papel pintado. Subiendo, bajando. Cesca, la enfermera, me sacude el hombro: “¡Boro…! ¿te habías dormido?”. ¡Normal! Con esta luz amortiguada y esta musiquita, como para no pegar un siestecita. 
IV
Ahora sí que sí. La hora de la verdad. Estoy aquí porque mi madre se empeñó. Yo no quería. Además, me dijeron que esto sería un “quita y pon”. Y de eso nada. Son unos hierros que ni la rejas de la cárcel modelo Cuando me miré en el espejo, me dio un bajón que aún me dura. Encima, esto tiene que ser así durante… ¡TRES AÑOS! ¡Tres años, los que tendrían que ser los mejores de mi vida! Esto no lo perdono. Me siento en la silla. Cesca se acerca a mí, bata blanca y guantes en ristre. “Antes que nada…”, le informo cuando voy a abrir de par en par mi boca, “se me ha despegado un bracket”. Luego le aseguro que yo no he hecho nada malo para que eso me pase. Eso por supuesto.  
V
Cesca y Fabiola hablan y hablan. Se creen que porque yo esté ahí, con la boca  como el león de la Metro, ni escucho ni siento. Pero jopé. Me empapo de todo. Mis ojos ven las cejas depiladas de Cesca. Y célula a célula, su piel maquillada, perfecta. En contraste, cuando es Fabiola la que se me acerca… vaya manos de camionero las que le adornan… y eso que le asoma por encima del labio se parece mucho a un bigote. Mi olfato percibe el último café que tomó Cesca. Y el tabaco negro que se fumó Fabiola cuando ha ido al baño. Y mis oídos… mis oídos se empapan con sus historias. Hoy es cuando Cesca le ha explicado a Fabiola que sí, que por fin, Boni se le declaró… “¡Es más bonicoooooo! ¿Quieres que te enseñe la foto que me dio?”. Le brillan los ojitos. Se creen que ni escucho ni siento, pero, caramba, me han pillado con el carrito del helado cuando he estirado el cuello, porque, claro, yo también quería ver la foto del bonico de Boni.
VI
Hecho el trabajo de campo es el momento. Mi boca sigue abierta como el túnel del tren de la bruja. Las enfermeras Cesca y Fabiola hacen mutis, se retiran a un segundo plano y aparece, como los maestros, como los toreros, el gran doctor. El doctor Agut. Perfecta sonrisa. Pienso que no se la habrá podido poner a sí mismo. Eso tiene que ser difícil. Familiar, amable, cercano, me saluda: “¿Qué tal, Boro?”. Imposible contestar que bien. Imposible darle conversación. Sólo emito unas vocales: “IEEEEN”. Desde detrás le emiten información. “…se le ha soltado un bracket”. Hace una mueca. Se asoma. Delibera. Herramienta en mano, cric, cric, cric, da un apretón. Uffffff. Eso es lo que duele, mecagüen. Como quien ha dejado al toro descabellado, se lava las manos, se despide y sale. Las enfermeras se encargan del resto. “Hale, Boro, que ya estás listo”.
VII
El bocata de jamón si es con pan de leche no sabe lo mismo.
VIII
No he perdido el partido de tenis cuando el cabrón de César me ha espetado: “devuélveme ese revés, risitas de plata”. Hubiera perdido de todas formas. Pero sí que ha sido en ese momento cuando me han entrado unas ganas tremendas de enviarle la raqueta a los morros para después contestarle: “¡ahí va eso risita recién partida!”.
XIX
Año segundo. Han puesto un descapotable nuevo en la tienda de los deportivos. Hoy llego tarde a la cita del dentista, sí, pero ver bien este modelo era más importante…
XX
“…antes que nada, Cesca… se me ha vuelto a romper otro bracket”. Cesca frunce el ceño. Respira hondo. Añado: “Y no es porque yo haya hecho nada malo”.
XXX
Voy por la calle don Juan de Mediavilla. De compras con mi madre. De repente… qué veo. Sin duda. Es él. Como si lo conociera de toda la vida. Es Boni. ¡Sí, Boni, el bonico! Ahí está en carne mortal. Me sé sus aventuras. Me sé dónde trabaja. Me sé que le gusta la cerveza con limón. Estoy por saludarle y todo. Pero me freno. En seco. Me quedo cortado. Cortado es poco. Va de la mano con una chica. Uffff, qué golpe. Mundo a mis pies. Esto es el mundo real. Glup. Me sacan sangre y no me pinchan. Al revés, quiero decir. La semana que viene tengo que ir al dentista, la veré y… Qué palo, vaya palo. La pareja se me acerca. Más. Mi madre me llama. Los tengo ahí, a cincuenta centímetros. Ella, me lanza una sonrisa y me dice: “¡Hey, Boro, no saludes!”. Dos conclusiones. Lo mucho que cambia una bata a las personas. O lo urgente que tengo que ir al oculista. O ambas.
XXXI
No puedo tener peor pinta. Para empezar, los puñeteros brackets. Las pocas veces que me entra risa, me pongo la mano en la boca. Para seguir, mis gafas nuevas. A qué negarlo. Me hacían falta. Y para acabar, mi cara, que cada vez más se parece a una paella. Así…  ¿cómo le podré decir a Majo que me gusta?
XXXII
¡Me ha dicho que yo a ella también! ¡Me ha dicho que yo a ella también! UAAAUHHHH. Nos hemos hecho una foto en un fotomatón. Me ha pedido que sonría. Cómo no. De oreja a oreja. Los brackets han deslumbrado el flash. No paro de mirar nuestra primera foto. ¡Estamos per-fec-tos!
XL
Año tercero. “Doctor… se le han soltado dos brackets más, uno a cada lado…”. El doctor Agut, que acaba de hacer su aparición estelar,  da una palmada encima de la mesa. “¡Así no se puede, así no!”, dice gritando fuera de sí. Enrojece su rostro. Suelta dos tacos. “ Si no pones de tu parte, se acaba el tratamiento y en paz”. Nunca lo había visto así, con su vertiente de Mr Hyde. Con la boca abierta trato de defenderme, “oo, ooo”, que quiere decir “yo no”, “yo no he hecho nada para que se despeguen…”. Que inventen los pegamentos a prueba de bocatas. Que los inventen ya. Me quita el absorbedor o como se llame. Me quita el pañuelito que cubre mi camisa. “Vete, vete a tu casa y por aquí no vuelvas”. Se lava las manos y desaparece hecho una furia dando portazo. Cesca tiembla. Fabiola tiembla. Yo estoy cagado. Qué hago. Me acaba de tirar. Qué hago. Voy a levantarme. Voy a irme. Voy a llorar. Cesca me retiene: “chisss, quieto ahí…”.  ¿Quieto? ¿No has oído?  ¡Me ha dicho que me vaya!. Me reclina de nuevo con suavidad. “Los genios también se enfadan…”. No puedo corroborar eso, porque para mí los genios son ellas, Cesca y Fabiola, no él, y ellas conmigo nunca han estado enfadadas.
L
Cuarto año. Tendría que estar más contento. Hoy van todos los hierros fuera. Se acaba el mito de que conmigo saltan las alarmas. Mi madre, finalmente tenía razón. Tendré una sonrisa cautivadora. Y ayer, el capullín de César me pidió la dirección del doctor Agut… ¡Ahora, ahora  empieza él a enderezar los dientes de su boquita de piñón! Llego tarde. Cesca me tirará de las orejas. Pero es que el escaparate de los deportivos está vacío. No ponen siquiera si se han trasladado ni dónde. Cristales sucios. Teléfonos y cables por el suelo. Sólo los pósters de unos coches que ya no están. Jopeta. Antes de contestarle al pesado del portero que voy al primer piso, al odontólogo, me pregunto ¿y dónde narices me compraré yo ahora el descapotable?