domingo, 14 de abril de 2013

El Club de las Coincidencias


El público que abarrota el plató aplaude con desgana. No se acaba de creer lo que ha visto y oído. Desde detrás de la cámara, dos regidores, levantan los brazos enérgicamente, “¡Vamos, vamos! ¡Ovación, ovación!”, tratando de contagiar entusiasmo. El presentador Artera impone su vozarrón por encima de las fanfarrias como si fuera un tombolero de feria. Repite la cantidad: “¡ENHORABUENA! ¡DOSCIENTOS MIL EUROS! ¡HABÉIS GANADO DOSCIENTOS MIL EUROS!”.  A un lado y al otro tiene a esa pareja que el azar levantó de sus butacas. Él muy del norte, Joseba. Ella, muy del sur, Macarena. Un ligero temblor los recorre, sí. Pero están muy templados para lo que acaban de conseguir. Joseba acaba de deshacer una mudanza y ha dispuesto todo un salón comedor.  Macarena lo hizo media hora antes. Milimétricamente igual. Hasta la vieja mecedora ha quedado de forma oblicua. Han ganado en el programa. EL CLUB DE LAS COINCIDENCIAS. Alguien entrajetado aparece para entregarles un tablero que mide más de un metro de largo en el que han pintado un cheque con el logo del Club y de los patrocinadores. De abajo a arriba, suben los títulos de crédito en la pantalla trasera. Sudor en la frente estupefacta de Artera, “¡hemos vivido unos momentos memorables… nos encontramos en el próximo programa, amigos!”. Sube la sintonía, se difumina el plano. Entra la publicidad. En muchas casas, mientras se busca el mando para cambiar de canal, se escuchan comentarios despectivos: “Bah,  eso tiene que estar amañado, seguro”.

II 
Antes de empezar el concurso, han firmado una declaración delante de un notario, jurando que no se conocen de nada. Joseba y Macarena han nacido, y viven, a cientos de kilómetros. Después, siguiendo el riguroso protocolo del programa han pasado por un escáner de última generación, no sea que les encuentren algún chip insertado que les pudiera permitir cualquier transmisión de información de forma encriptada. Cumplidos pues, todos los trámites, se han visto de nuevo frente a frente con el popularísimo Artera, que les ha deseado toda la suerte del mundo y se ha desgañitado al grito de: “¡Comenzamoooooos!”. En ese momento, él ha sentido un fuerte hormigueo en los pies. Y ella también.

III 
Las pruebas avanzan. A estas alturas, deberían estar ya más que eliminados. Deberían haber recibido unas palmaditas en la espalda, haber soltado unas risas; y tras un “ooohhhh, qué mala suerte”, ya tendrían que estar jugando los siguientes de los siguientes. Pero no. Han ido superando una tras otra, ante el estupor de la organización, diecinueve pruebas. Lo mejor es no pensar en nada. Joseba aguarda su turno en una cabina insonorizada. Lo único que escucha es su propia respiración, y si agudiza el oído, hasta sus pulsaciones. En una bandeja, una botella de agua mineral y unos saladitos. Prefiere no comer ni beber. Se le haría un nudo en el estómago. Cuando parece que el tiempo se ha detenido, escucha el chirrido de unas bisagras. Como si estuviera abriendo una celda de castigo, la adjunta a dirección, reabre el portón, y sin tratar de disimular una amabilidad que no le nace, le avisa: “…ahora sí que sí: se acabó lo que se daba”.

IV 
Hacienda se llevó más que un pellizco. Pero con el resto, Macarena ha tenido para tapar agujeros y socavones. No todos. Aún le queda hipoteca. Cuando recorre las encaladas y luminosas calles de Surdelsur,  los vecinos la reconocen, “eh, eh, es la del concurso”. Del programa aquel, EL CLUB DE LAS COINCIDENCIAS, no se ha vuelto a saber. Lo retiraron de la programación al poco de ganar ellos, hace cuatro años. Por poca audiencia sería. De tanto en tanto, al girar una esquina, al salir del supermercado, los ve. Dos armarios de dos puertas cada uno, con una reportera al hombro y sandalias con calcetines. Se cruza con ellos. Se los topa de cara. No lo dicen. No lo llevan escrito. Sin embargo, Macarena está segura de que son detectives que contrató la productora. Ellos, los del programa, no se terminaron de creer que Joseba y ella nunca antes se habían visto. Ufffff. Joseba. Joseba. Se le nubla la vista al humedecerse los ojos. Lo llamaría. Lo llamaría cien veces. Y le diría que lo echa de menos. Al punto se frena. Ésa es la excusa que estos dos sabuesos están buscando para tirarse encima como fieras y, señalándoles con el dedo, acusarles: “¿Veis? ¿Lo veis? ¡Estos farsantes estaban conchabados!”.

Pesan las piernas. Pesan los años. Ya van más de quince desde que Joseba y Macarena ganaran aquel CLUB DE LAS COINCIDENCIAS. Ahora él guarda desde hace dos horas su turno en una larguísima cola para apuntarse en una bolsa de trabajo que han abierto analógicamente en Mardebé. Pasa completamente desapercibido. Nadie, desde hace mucho, repara en él. Esa fama que tuvo es efímera. Está inquieto. Como si presintiera algo. Avanza la desordenada fila a paso de hormiguita. Entonces, un grupo más abajo, la ve. A Macarena. Uf. Está igual, maravillosamente igual. Joseba entiende ahora a su corazón acelerado. Ella mira hacia donde él está. Hace como que no lo ve. Se miran. Se ven. Joseba va hacia ella. Cara a cara. Frente a frente. Ojos con ojos. No saben qué decirse. “Qué coincidencia”, subraya ella. Los que les rodean y escuchan no saben interpretar esta escena. Silencio largo. Con la voz temblorosa Joseba le pregunta: “Macarena… ¿me puedes decir qué soñaste el Miércoles?”. A ella le da una risa floja. “Mmmm… No me acuerdo… ¿por qué lo dices?”. Él entonces traga saliva. “Por nada”, responde decepcionado. Se acerca. Se besan en la mejilla. “Me alegro mucho de haberte visto”. Sin volver la mirada, regresa a su sitio en la cola. Al minuto, Macarena mueve los labios: “había una tarta de chocolate”. Joseba, mirando al suelo, tratando de contener una lágrima rebelde, se lamenta: “maldita sea; estaba convencido de que compartíamos pensamientos y resulta que todo era una pura coincidencia… Maldita sea, maldita sea, maldita tarta de chocolate”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario