domingo, 28 de abril de 2013

Decisiones y consecuencias



I
¡BLAAAAAM! Todas las fichas van por el aire de un manotazo. A la porra. Ya no quiero jugar más. “Recoge lo que has tirado, Arturito´´, me pide mi padre. “¡NO!”, le contesto enfadado. Viene entonces el segundo aviso: “RE-CÓ-GE-LO YA”. Entonces sí, mejor me agacho. Busco al caballo que ha ido a parar detrás de la pata de la silla. “¡…Yo, así, no quería seguir jugando!”, protesto. Me he confundido, me he despistado, he movido la reina para hacerle jaque, y resulta que tenía ahí su alfil escondido. Y él no me ha dejado rectificar. Y se ha zampado mi reina. Y encima, se ha reído de mí. Y ya se ha quedado con toda la ventaja. Y después me ha ido matando las otras piezas poquito a poco. “Pero, papá… ¿Por qué no me has dejado volver atrás con mi reina? ¡Te estaba ganando!”. Él se pone en pie. “Haberlo pensado, hijo. En la vida real, las decisiones tienen sus consecuencias, y luego nos toca ir hasta el final con ellas”. Se va. Se va y encima no me ayuda a guardar el ajedrez. Qué morro tiene el tío. Qué morro tiene mi padre.

II
El Señor Cosme es el jefe de mi padre en el almacén. “¿Éste es tu hijo Arturito? ¡Madre mía qué mayor y qué guapo se ha hecho!”. Me dedica una sonrisa y un pellizquito en la mejilla. Luego se gira hacia él y entre dientes, entiendo perfectamente que le está riñendo: “…pero ¿cómo se te ocurre traer al niño a tu trabajo? ¿es que te crees que esto es una guardería?”. Mi padre tartamudea para decir que hoy no tenía con quién dejarme. Pero que soy muy bueno. Que de la mesa no me moveré. El señor Cosme se va. Mi padre viene hacia mí. Con papeles y lápices. “Siéntate aquí, y por favor no te muevas… que yo tengo cosas que hacer”. Me quedo solito. Y ahora yo qué pinto. Uf, me aburro. Qué larga es la tarde cuando se hace larga.

III
Sólo he ido a buscarlo una vez para decirle que quería ir al baño. Y bueno, otra para preguntarle si nos íbamos ya.  Me grita bajito, que me vuelva por favor al sitio, que enseguida nos salimos para casa. Pero lo veo todo el rato clavando la cara a una pantalla de ordenador. Cabreado. Teclea una y otra vez. Y nada. Maldice. Yo me acerco. “Qué quieres ahora, Arturito, qué quieres”. “Es que tengo sed, papá”. Arrastra la silla. Se pone en pie. Va a buscar un vaso de plástico. Mientras, me acerco a su ordenador. “Contraseña incorrecta. Vuelva a introducir la contraseña o contacte con su administrador”. Mmmm… Esto parece fácil. Con mis deditos tecleo cuatro números y cuatro letras. Y le doy a entrar. Al instante, el ordenador se pone a pensar y abre sus pantallas. Mi padre viene con el agua. Y se da cuenta. “¿Eh? ¿Cómo, cómo lo has hecho?”.  Se frota los ojos. Pues la verdad, no lo sé. Pero ya estás dentro, ¿no? Vuelvo hacia mi sitio, donde ya no me queda papel que rayar. Y oigo a mi padre exclamar: “¡…el enano éste de las narices!”.

IV
Desde aquella tarde en el almacén donde trabaja mi padre lo sé. Yo veo las claves y contraseñas de los aparatos. Para mí, es la mar de fácil. Pines y puks. Weps de Wifis. Da lo mismo. No sé cómo, pero lo hago. Acabo de cerrar el tebeo del Mago Merlin. Voy solo, desde el cole, camino de casa. Me gusta la espada mágica clavada en el yunque. Esa espada que hará rey a quien primero consiga sacarla. Las colas de los nobles convencidos de sus posibilidades. Los estirones inútiles de los inútiles forzudos. Ah, cómo me gusta que llegue después Arturito y con una mano, zas, saque la espada limpiamente. Ahora estoy a la altura del Ayuntamiento de Mediavilla. Y por lo que he oído, creo que se están dando tortas porque no se ponen de acuerdo en quién tiene que ser el nuevo alcalde. Podrían poner un ordenador en la puerta. Con una clave de diez dígitos. Aquel que la acertara, sería aceptado como nuevo alcalde. Buffff… dejaría primero que sesudos informáticos se la pegaran y se dieran por vencidos… y luego, vendría yo, Arturito, y teclearía “**********”. Ja, ja, ja. Arturito, sí, nuevo excelentísimo señor alcalde. Bufff, sí, yo quiero que eso suceda.

V
Mi madre se ha extrañado al ver llegar a mi padre tan temprano. “¿Pasa algo?”, he preguntado mientras hablaban entre ellos. Como siempre, la respuesta ha sido: “No, no pasa nada, Arturito, no te preocupes, anda, vete a hacer los deberes”. Pero luego lo he escuchado perfectamente. El señor Cosme cierra el almacén. Mi padre tiene los ojos rojos. Mi madre le dice que no se preocupe. Que salimos adelante. “¡Voy a un recado!”, he dicho. He salido hacia la calle. Directo. A la puerta del banco. Al cajero. A la primera, daré una clave secreta y me dará dinero. El que nos haga falta. Cuando nos haga falta. El corazón me va deprisa. Me vienen ahora a la cabeza las palabras de mi padre… “las decisiones tienen sus consecuencias”. Y freno en seco. Permanezco mirando la reja del banco un tiempo. A la gente que entra y sale. Decisiones y consecuencias. Mmmm. No sé. O sí que sé. En fin, ya veré qué hago. 

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