domingo, 9 de octubre de 2011

El Señor de los Detalles



I
Pues sí: me da muuucha rabia que pisen cuando aún está el suelo mojado. Y me cuesta un montón poner buena cara, y decir: “pasa, pasa, que no pasa nada…”. Porque luego tengo que volver a pasar la fregona y maldita la gracia. Para que luego venga algún vecino borde y diga que no dejo bien la escalera... “¡BUENOS DÍAS, BRÍGIDA!”. Buffff, jo, qué susto, no había oído que estaba bajando alguien. “…buenos días…”. “Huy, qué mal me sabe: se lo voy a pisar todo…”. Lo que yo decía. A poner buena cara. “No se preocupe: pase, pase, que el piso ya está casi seco, no pasa nada”. “Iré por la orillita y de puntillas”. Bueno, este hombre, por lo menos tiene miramiento. Hay que ver, qué porte tiene el tío. Qué espalda. Qué traje. Qué repeinado. Qué colonia se gasta. No le falta un detalle. “¡Hasta luego, Brígida!”. “Aaadiós”. Educado. Serio. Mira: No ha dejado una marca. Qué persona. Qué señor.

II
Hoy se me ha hecho muy tarde. Toca la escalera entera, la hora que es, y aún voy por el segundo piso. Después andaré todo el día de cabeza. Hale, hale chicles en el escalón… pero por qué será tan gorrina la gente. Porque luego limpian otros… Aaatención. Alguien baja. Esos pasos, esos pasos me suenan. “¡BUENOS DÍAS, BRÍGIDA!”. Cielos, qué vozarrón. “Buenos días, Manuel… qué, ¿a la marcha?”. “A comernos el día sin que se nos indigeste…”. “Ah, pues ya se necesita un buen estómago…”. Se cruza conmigo. Una nube de colonia recién puesta me atasca la nariz. Qué marca se pondrá. Se ha parado y se ha quedado dos escalones por debajo. No sigue bajando. Así está a mi altura. Yo soy pequeñita. “Brígida…”. “Qué”. Algo me irá a pedir, digo yo. “Felicidades, que hoy es tu santo”. Me suben los colores a la mejilla. “Muchas gracias, es la primera persona que me felicita”. Y lo más seguro es que sea la última. Manuel sigue ahora bajando. “¡…y que tengas buen día!”. Ya no sé si me sale un “igualmente” o qué. Da igual. La escoba va por un sitio, el recogedor por otro, y yo me he quedado levitando. Qué sujeto. Qué caballero. Está en todos los detalles.

III
Si me dicen algo y me llaman la atención, les tengo una contestación preparada. Cuando toca escalera, además de patio, reconozco que me entretengo más en el tercero, en el rellano donde vive Manuel. Cambio el cubo con agua limpia y le meto más fregasuelos. A conciencia. Los rodapiés. Las juntas. A una le gusta que le reconozcan su trabajo, y en eso Manuel es agradecido. Nunca le falta un cumplido. La semana pasada mismo me dijo: “Lo que ha cambiado esta finca desde que vienes tú a limpiar, Brígida”. Hay que ver lo bien que sabe sintetizar sus mensajes en los pocos segundos que tenemos cada mañana. Pero hoy no he oído movimiento detrás de la puerta de su casa. Normalmente tiene música bajita. ¿No estará? ¿No lo veré? Torcido se quedará el día si no me cruzo con él…

IV
“…siempre… eh, eeeeh…. llega el enanito… con sus herramientas de aflojar los odios y apretar amoooooores…”. (*). Mira: ya tiene la música puesta. De la que no molesta. De la que me quedaría todo el día aquí escuchando. Con los ojos cerrados. Zas, zas, zas. Paso la escoba mecánicamente, y mi mente vuela. Voy avanzando, hacia el descansillo. Calculo que tardará poco en salir, cerrar la puerta, darle dos vueltas a la llave y bajar. Calculo que… lo que yo decía. Ya viene. Ya se acerca. Pero qué tonta soy. Por qué me tendré que poner nerviosa. “¡BUENOS DÍAS, BRÍGIDA!”. Le cedo el paso. “…buenos días, Manuel”. Y me preparo para inspirar a fondo la estela que deje. Hoy se para. Se para y me mira. Me mira, pero no tanto como para que yo me sienta incómoda. “…qué bien te queda ese pelo…”. Se ha dado cuenta. El señor de los detalles se ha dado cuenta.

V
Me lo ha notado. En la cara me lo ha debido de ver. Bajaba hoy con su traje gris marengo. Los zapatos con suela de cuero inmaculados. Al momento, se ha quedado parado. “Brígida… ¿cómo estás?”. Y yo, en lugar de decirle: “Bien, bien”, pues se lo he contado. Lo que tengo en casa. He apoyado la fregona en la barandilla. Y le he hecho un resumen resumido. Con la prisa que lleva siempre, hoy no tenía ninguna. Ha resoplado. No ha dicho ni media. Cuando ha seguido bajando los escalones, parecía como si le pesaran el doble. Como si se llevara con él la mitad de mis problemas. Como si por fin hubiera alguien en este mundo al que le importa algo lo que a mí me pasa.

VI
Aún voy por el quinto piso. No quiero seguir bajando. No quiero cruzarme con Manuel hoy. Ayer me pasé contándole lo mío. PLAAAM. Es su puerta. Ya sale. Contengo el aliento. Ni respiro. No oigo nada. Parece que… ¿sube? Va en dirección contraria. Sí, su colonia, ésa que reconocería entre un millón, le precede. Ahora qué hago. Quiero esconderme. Pero me quedo paralizada. “¡…BUENOS…DÍAS, BRÍGIDA…!”. Va sin resuello. Estoy casi muda. “Buenos días, Manuel”. Me enseña un librito. “…a lo mejor te ayuda”. Lo pone en mi mano. Me sonríe. “…ya me lo devolverás”. Su sonrisa me llega. Se da la vuelta. Se va. Abro la primera página. Una flor prensada. Un detalle.

VII
No, no puede ser, y además es imposible. CHOOOF. Mierda. Se ha volcado el cubo. En qué estaré yo pensando. Vaya inundación. Hoy, y ya van unos cuantos días, también me he saltado el tercer piso.

VIII
Estoy casi segura. Él no está. Hace ya dos semanas que no noto la huella de su colonia. No hay ni rastro. Oigo pasos. Alguien baja. Segundos de tensión. Oh, no. No es Manuel. Decepción. Saludo mecánico. Vuelvo a lo mío.

IX
Los días pasan. Hoy sí, hoy como quien no quiere la cosa, le he preguntado a Virtudes, la del segundo. “¿Y Manuel? Hace bastante que no se le ve”. La mujer se hace cruces. “¿Manuel? De buena pieza nos hemos librado”. De su boca de buzón sale en un minuto cien veces la palabra: “moroso”, ochenta “debía un montón de meses al propietario” y cincuenta “ni siquiera le pasaba dinero a su ex”. Plooom, plooom, plooom. Según sale camino de la calle, taconea con estruendo Virtudes. Pasa por el medio, empastrando el patio. Me quedo helada. Grogui. Ya me lo decía yo... Aprieto el librito que tengo en el bolsillo del delantal. Contra mí. Alguien baja al trote. El pringado del ático, que ahora le ha dado por subir y bajar escaleras. Éste la paga hoy por todos. Salto con toda mi furia. “¡Ehhhh, listilloooo, escucha! ¡Todas las mañanas lo mismo! ¿Es que tú no tienes otras horas para subir y bajar pisos con tus zapatones del 47? ¿Será posibleee? ¡Me lo pones todo perdidooooo…!”

(*) El reparador de sueños, Silvio Rodríguez.

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