domingo, 30 de enero de 2011

El Banco del Tiempo



I

Lo último que me podía imaginar es que a estas alturas de mi vida iba a pasarme esto. Yo estaba acostumbrada a vivir sola. A mis horarios. A mis viajes por el mundo. A hacer lo que me diera la santa gana en todo momento. A guardar cada cosa en su sitio y a mi manera. A mis rarezas y manías. A no tener que dar explicaciones. A no soportar a nadie innecesariamente. No notaba a faltar nada en mi previsible devenir, cuando de repente apareció en escena Diego, un yogurín, y me rompió todos los esquemas.

II

No puede ser que yo esté contándole al barbilampiño éste lo que nunca le habría dicho a nadie. No puede ser que le esté escuchando y me caiga la baba. O sí. Porque es lo que me está pasando. Si el mundo entero desapareciera a nuestro alrededor no nos daríamos ni cuenta. Será cuestión de química. Lo cierto es que Diego ha irrumpido en mi vida de una forma tal, que aún no he dado diez pasos desde que me he despedido de él y ya lo estoy echando de menos. Aunque le lleve veinticinco años de ventaja.

III

A mí siempre me ha dado igual lo que digan los demás. Y ahora todavía más. Si tuviera que hacer caso de los cuchicheos estaría muerta. Vivo cada momento, apurando el presente. A tope. Sin remordimientos. Sin sentimiento de culpa. No he matado a nadie. Sólo convivo desde hace poco con una persona magnífica que, casualmente, es mucho más joven.

IV

Pero sorda no estoy. No puedo dejar de oír aquí, allá, “mírala, parece su madre”, “qué va: parece su abuela”. Y yo intento pasar. Pero noto cómo Diego se tensa. Y algún día se rebotará y la liará buena. Y entonces saldremos en los periódicos.

V

Y tampoco estoy ciega. Nuestros ritmos vitales no viajan a la misma velocidad. El Viernes pasado yo estaba reventada y no tenía ninguna gana de salir fuera. Vi perfectamente su disimulada contrariedad y acabé diciéndole: “…pero tranquilamente puedes irte tú…”. Esto no le gustó y aquello nos costó un buen enfado.

VI

Para ir de compras al centro siempre atravieso el Estetic Bulevar. Y el Parque Botox. No miento si digo que nunca me había entretenido por allí. Pero esta vez sí. Me he mareado con las sucesivas e inmaculadas clínicas que hay a ambos lados de la avenida. Con las fachadas cristalinas y de espejo que me reflejan tal cual me ven los demás. Me he fijado en los que entraban y salían. Retocados en alguna parte. Pieles recién estiradas. Narices simétricas aún amoratadas. Silicona, mucha silicona. Pelambreras injertadas. No me lo había planteado hasta ahora. ¿Qué pensaría Diego si yo…? He acelerado el paso para salir de aquel barrio temático. Y ni el avance de nueva temporada ha conseguido quitarme el desasosiego. Me he repetido mil veces que la verdadera edad se lleva dentro.

VII

El primer paso para abordar un problema es reconocerlo. Inés, tienes un problema serio. Pero yo ya no puedo volver a lo de antes. Yo no quiero renunciar a mi vida con Diego. Tampoco quiero hacerle sufrir innecesariamente. Puesta en este dilema, elijo seguir entonces adelante, y que pase lo que tenga que pasar.

VIII

Yo creía que era una leyenda urbana lo del Banco del Tiempo. Pero resulta que han puesto una oficina en Mardebé. Total, por informarme no perdía nada. Allá que me he ido. Amabilísimos. Qué trato. Qué corrección. Qué seriedad. Son de fiar. No me imaginaba la cantidad de gente conocidísima que ya son clientes de este Banco. Ahora me explico por qué están siempre igual. El proyecto vale una pasta. Mucho, mucho dinero. Pero es flexible. Puedo adaptarlo a mis necesidades. Me he traído un borrador del contrato y las condiciones legales. Sé qué cara va a poner Diego, pero creo que la decisión ya la tengo tomada.

IX

Ha intentado hacerme cambiar de opinión. Estaba fuera de sí, completamente ido. Le he dicho con firmeza: “Esto no es negociable, cariño. Ya que yo no puedo rejuvenecer ni ir hacia atrás, he decidido esperarte”. Él gestionará mis bienes, se quedará con mi casa. Yo me iré a pasar unas temporadas al Banco del Tiempo, donde me hibernarán. Para no hacerlo más traumático, ni perder el hilo de la realidad, despertaré un par de mesecitos cada año en Verano… y durante esos días podremos confirmar nuestros sentimientos o replantearnos la relación… Así hasta que él me alcance, y corrijamos ese tremendo desajuste de la naturaleza que me hizo nacer a mí mucho antes que a él.

X

Ahora estoy a punto de entrar en el sueño inducido. Y mis dudas no se disipan. No, no parece probable que, de aquí a allá, el Banco del Tiempo entre en quiebra. Sería una faena. Pero… ¿y si Diego se cansa y se va? Fin del tratamiento entonces. ¿Y si él encuentra a alguien mucho más joven que él mismo y se mete en hibernación también aquí, al lado mío? ¿Y si el mundo empeora aún más? Muchas preguntas abiertas. Prometo, me comprometo a seguir contando esta historia mía a la vuelta de este largo paréntesis.

domingo, 23 de enero de 2011

Siempre nos queda lo del diez, veinte o treinta

El cuento de hoy viene a completar el "DIEZ, VEINTE O TREINTA" del pasado mes de Junio. A quien no la recuerde, le conviene repasarla, para que esta historia cobre todo su sentido.




SIEMPRE NOS QUEDA LO DEL DIEZ, VEINTE O TREINTA

Fue pasando tiempo y el niño bueno de nuestro cuento creció y se hizo mayor. Era inteligente, pero sin llegar a la genialidad. Y sobre todo trabajaba duro. No le quedaba otra. Y seguía siendo amigo de sus amigos, aunque no tenía muchos. O eso pensaba. Cada mañana, aivó, aivó, cogía el coche para ir a trabajar. Porque era de los afortunados que mantenían un empleo. Y cada noche, aivó, aivó, regresaba hecho polvo a casa a descansar. ¿Más detalles? Ya no cargaba pesadas mochilas, le bastaba con una mini tableta de apenas setecientos gramos donde cabía toda su vida laboral y la de toda la empresa. Le servía de manos libres, reproductor musical, incluso de mapa mundial. En los gustos automovilísticos nuestro protagonista sí que había evolucionado. Coches grandes, robustos, a la última en lo electrónico y con el consumo de un mechero. Ésas eran sus consignas. Y así era su propio vehículo. Negro como el azabache. Igual que el caballo Furia. Nunca había sabido lo que era el azabache, hasta que hacía poco, curioseando el diccionario, había averiguado que se trataba de una piedra.

Encontró un hueco para aparcar, junto a su casa. Aún no había entrado en el portal cuando advirtió que un chavalín se acercaba sospechosamente a su flamante carrocería. Se alarmó: “¡Pero qué va a hacer ése…!”. Rápidamente se dio la vuelta. En balde. Llegó tarde. El gamberrito precoz ya había pegado con su dedito un moco importante. “¡La madre que te trajo, niño del carajo!”. Al oír el grito, el nano soltó otro alarido y echó a correr. Y entonces nuestro hombre, recordó que el mundo se divide entre los que corren para que no les pillen y los que corren más para que no se les escapen. Sólo necesitó tres largas zancadas para darle alcance y sujetarlo por el bracito. El pequeñajo tenía la cara espantada. “¡Pero nene! ¿Por qué has hecho eso?”. El silencio fue su respuesta “¡Ahora vienes conmigo y lo limpias!”. Y lo arrastró. Con cuidado del qué dirán los que transitaban por la calle. Camino de vuelta, le decía: “¡Y que sepas que esa matrícula ni siquiera suma diez, veinte o treinta…!”. Entonces el pequeño, muy serio, con una vocecilla muy aguda le contestó: “¡Sí que suma: mire las combinaciones!”. El renacuajo sabía de qué hablaba. El adulto, otrora niño, se detuvo impactado y repasó mentalmente y con cuidado: “8086: ocho más cero más ocho más seis… así no da”. En ese instante, el niño se le escurrió y salió disparado en dirección contraria. Pero ya no fue a por él. Estaba concentrado en sus números: “Ocho más cero más ocho menos seis: diez. Diez. ¡Diez!”. Y una pequeña bocanada de Energía positiva le sobrevino entonces. Increíble. Tragó saliva. Y decidió que, después de tanto tiempo, procedía actualizar sus normas internas. Y en su pensamiento, proclamó: “En estos tiempos de zozobra de todos conocida y con las dificultades que atravesamos procede decretar y decretamos que, en lo sucesivo, para recibir Energía positiva y buenas vibraciones bastará con ver una matrícula que sume al-ge-brai-ca-men-te diez, veinte o treinta. Con esta medida excepcional y de emergencia esperamos devolver el equilibrio emocional a muchísimas más personas que lo necesitan y lo merecen. Y así se acatará y así se cumplirá mientras se den las actuales circunstancias”.

Lo de menos es cómo limpió la pelotilla. Lo de más es que nuestro protagonista entró en su casa feliz como una perdiz para acabar este cuento con quinientas noventa y cuatro palabras, 594, cuyos números también suman diez…. algebraicamente.




domingo, 16 de enero de 2011

Lo que cuentan de las veletas


I

Cuadro de situación a las nueve de la mañana: Consulta 23 en el Centro de Salud de Mediavilla, la del Doctor Isidro Frúcula García. Sala de espera abarrotada. Salteado de toses secas. Y combinado de toses reproductivas. Rostros febriles. Ojos vidriosos. De repente, el estornudo total. Peligro por respirar. Virus esparcidos en busca de un nuevo espacio vital. Pañuelos arrugados frente a narices taponadas y enrojecidas. Resfriados salvajes. Chaquetones, bufandas y guantes recogidos sobre las rodillas de los que esperan sentados. Frío siberiano en la calle. Calor sofocante en la sala. Voces tomadas. Un cartel de: “Por favor, guarden silencio”. Ni caso del cartel. Trasiego de batas blancas que entran, dando dos golpecitos, toc, toc, y no esperan respuesta. Pacientes que esperan a ser llamados y permanecen atentos a cualquier leve movimiento de la puerta. Minutos eternos. Comparecencia de la enfermera, lista en mano. Asedio a la enfermera, tarjeta sanitaria en ristre, con la pregunta de: ¿Y a mí cuándo me toca?

II

Con este escenario, la puerta queda una vez más entreabierta y una mujer sale con recetas en una mano y en la otra, el bolso y el abrigo. Se queda quieta unos segundos. Escanea al personal que aguarda sentado su turno. De derecha a izquierda. Varios jubilados, unas cuantas señoras de edad indefinida, tres parejas jóvenes con su respectivo retoño en brazos, ajo, ajo, ruidito con el sonajero, que esperarán seguramente para la consulta de al lado, aún más reventada, y una chica de unos trece años muy concentrada en su maquinita de juegos. Una vez pasada la revista, esta mujer resopla, hace un gesto de “ay, madre, cómo se ha puesto el patio”. Y acto seguido reemprende la marcha con un leve: “hasta luego”. Algunos le responden con un desganado “adiós”. Tropieza, se da de morros en el camino con el siguiente en pasar, un tipo bajito que entra acelerado como si fuera a perder el tren, como si ya se le pasara el turno. Encontronazo sin consecuencias. Otra señora, recién llegada y en primera fila, la sigue con la mirada, ladea los ojos, luego el cuello, hasta que la pierde de vista. “Mayte, ...¿pero que tú no sabes quién es?”, pregunta a la vecina de asiento. Aquella cierra los ojos, tratando de que la memoria acuda a ella, “No, no caigo en este momento”. “… es Lourdes, la hija de Petra la Veleta…”. “¡No me digas! ¡No la he reconocido! ¡Qué distinta está…!”. “Y tan distinta… estará operada de casi todo…”. “Se habrá estirado seguro, pero no le luce… se la ve sin expresión y muy estropeada para la edad que debe de tener… La de tiempo que hace que no la veía… pero esa chica ya no vivía en Mediavilla, ¿verdad?…”. “Sí, se marchó hace por lo menos veinte años, pero ahora por lo que se ve ha vuelto…”. “Ah… “. Dos segundos de pausa para tomar carrerilla. “Espe, yo me acuerdo que a su madre la llamaban la Veleta porque siempre cambiaba de opinión”. “Y tanto: lo mismo te daba un abrazo, que pasaba por delante sin saludarte”. “Por eso tuvo tan tarde a su hija, cuando vino a decidirse por lo menos tendría ya los cuarenta largos…”. “A mí no me extraña que le pusieran Lourdes… su madre mayor y su padre un jubilado: eso es casi un milagro...”. “Yo creo que desde entonces a la Veleta se le fue un poco la cabeza…” “¿Sí? ¿tú crees?”. …mujer; estoy segura: siempre era mi hija por aquí, mi hija por allá, mi hija hace esto, mi hija hace lo otro…”. “y todo el mundo menos ella se daba cuenta de que su hija era muy del montón, de lo más normalita…”. “Para mí que la niña se fue harta de aguantar a su madre: por eso se largó”. “O porque se fue detrás de alguien que no era del gusto de la Veleta“. “Espe, no seas mala. A la Veleta, a ratos el chico ése le caería bien y a ratos no, según diera el viento. Je, je”. “No sé quién me dijo que Lourdes también tuvo una niña. Andará por los catorce. Y del padre vete tú a saber“. “…la veleta, la abuela y la velita, la nieta”. “El caso es que ésta, con un buen enchufe en cualquier sitio y con lo que le quedó de su padre, habrá vivido a todo trapo…”. “Ya, pero ya sabes que quien no administra bien, acaba quedándose sin un duro…”. “Pues ya está clarísimo lo que le habrá pasado, que ahora viene a recoger lo que aún le queda a la madre… ”. Pausa. Más toses perdidas. Suspiros. Qué terribles son las esperas. “Jo, sí que tarda el tío éste. Le estará enseñando el carné de identidad”. “Cómo se nota que por aquí tienes que venir poco: este médico, don Isidro, es muy traaaaanquilo, siempre se ha tomado las visitas con calma… “. “Luego pides hora y te dan para quince días”. “Chist, que vuelve…”. “¿Vuelve? ¿Quién?”. “Pues quién va a ser, la hija de la Veleta… ”.

III

Regresa la mujer de antes, esta vez con el abrigo puesto, una bolsita de la farmacia con los medicamentos en una mano; y el bolso en la otra. “Hola, otra vez”. Justo cuando se abre de nuevo la puerta de la consulta. Aún sale ahora el bajito al que había precedido después de un montón de minutos. Y sale a escape mirando hacia detrás, “gracias, hasta luego, adiós, gracias”. PLOUMMM. De nuevo un choque desigual, esta vez con rebote incluido del señor menudo. “Perdone, perdone…”, se excusa atolondrado. Risas de los que abarrotan las sillas en la sala de espera. De los más bebitos también. La chica que jugaba a la maquinita alza la vista y se levanta. “Mami, ya he pasado otra pantalla”. “¡Genial…! Venga, ya tengo las medicinas de la abuela, nos tenemos que ir. “. Las señoras Mayte y Espe, glup, quedan como si hubieran puesto el dedo en un enchufe. Cuando pasa a su altura, la chica, la hija de Lourdes, la nieta de la Veleta, ni las mira ni les dirige la palabra, pero exclama: “Mami, te habías quedado muy cooooooooorta cuando me advertiste que las tías Macuto eran muy coooootillas”. Las dos Macuto se quedan con dos palmos de narices con la réplica en la boca. Madre e hija, se alejan hacia la calle, donde hace un frío que pela, pero que no pela tanto como las tías Macuto.

domingo, 9 de enero de 2011

La voz en "off"


I

Qué tal, Eloy. Te veo contento. ¿Qué canción estás silbando? Me suena muchísimo. Ah, la de la pantera rosa. Te sale muy bien. Parece que has tenido un buen día. No ha estado mal, ¿eh? Has debido tener muchas ventas. En todo caso, si no son muchas, serán pocas pero muy buenas. Eso sí. Este mes vas poder llevarte una comisión importante. Que siempre viene bien para tapar agujeros. Y a estas alturas quién no tiene socavones en su economía… Enhorabuena entonces, Eloy. Felicidades. Habrá que celebrarlo. Con una buena comida. ¿Te estás mirando los michelines en el reflejo de ese escaparate? Entonces celébralo con algún caprichito electrónico que no engorde. Pero conste que parece que tienes hambre. Se te iban los ojos detrás de la magnífica uva expuesta en esa frutería. Bueno, lo principal es que se ve que tú eres un profesional de pies a cabeza. Que no te arrugas. Y que te dedicas en cuerpo y alma a tu trabajo. Es que eres un genio en lo tuyo… Pero, ¿hacia dónde vas ahora, Eloy? ¿A recoger el coche? No vayas a perder la concentración por mi culpa. Ah, ya: has aparcado un poco lejos para ahorrarte el parking del centro. Es una pasta. Bien pensado. Además, caminar un poco no te viene mal. Así haces ejercicio. ¿No era por allá? Ahora dudas. Lo mismo te has pasado de calle. Aquí parecen todas iguales. Y es fácil confundirse. Mejor si vuelves hacia detrás. Disculpa Eloy, andas un poco encorvado. Ahora menos. Un poco más erguido. Más, ponte más tieso. Fenomenal, así mejor. Como si te hubieras tragado un cucharón. Perfecto, Eloy. Ahora sí que vas bien. Menudo porte y menuda percha la tuya. Espero que no llueva ahora, porque parece que no llevas paraguas. Ah, te da igual. A ti, plim. Ya te has mojado antes. Llevas la chaqueta empapada. Vaya, si antes lo digo, antes empieza el chaparrón otra vez. Espero que no te acatarres por esto. ATTCHIIIIIIIS. Oh, vaya, parece que te has resfriado ya. Son las bacterias, que siempre están a punto. Suénate el moquillo, hombre. Bueno, tendrás ya el coche cerca. Corres un poquito y ya está. Pero cuidado con… chof… los charcos, que son muy traicioneros. Te lo he advertido. ¿Lo dejaste por aquí? ¿Ahí mismo? ¿Qué pasa, Eloy, por qué pones esa cara? ¿Ése es tu coche? Corrijo la pregunta ¿Ése era tu coche? Vaya, vaya tela. Cómo lo han dejado. Pobrecito. Lo han rayado de parte a parte con un destornillador. A muy mala leche. Lo tenías nuevo, ¿No? ¿Seis meses? ¿Menos? ¿Cuatro? ¿Menos aún? ¡Dos meses y medio! Eloy, se han ensañado a lo bestia. Qué faena. Por los laterales, por el capó, el techo y el portón. ¿Y las ruedas? Las ruedas también: están rajadas. Las cuatro. Hasta han hecho un nudo con el palo de la antena. Con perdón de la palabra, qué cabronada. Calma Eloy, los nervios no llevan a ningún camino bueno. Calma. No entiendes por qué lo han destrozado así. No. Esto es hacer mal por hacer mal. Vale, lo digo en crudo: es joder por joder. ¿Te gustaría pillar por delante al cafre que lo hizo? ¿Y te gustaría tener un destornillador en la mano, delante del cafre que lo hizo? ¿Y le rayarías de arriba abajo? ¿Ah, no? ¿Eso no? ¿No lo rayarías de arriba abajo? ¿Pero lo rayarías? Sólo en parte. En una parte concreta. Ahí, ahí abajo. En los huevos. Queda claro. Y en el culo. En el agujero del culo también. Eloy, qué te pasa. Qué vas a hacer. Contente. Contente, hombre, que te va a dar algo. Bueno, vale, grita, pero grita bajito, que los que te vean van a pensar que estás loco.

II

Hola, hola otra vez, Eloy. Veo que sales aún ahora de la comisaría. No traes buena cara. Ya: vienes de formalizar la denuncia. Pues te han tenido un montón de rato ahí dentro. Una hora por lo menos. ¿No? Pues dos. ¿Tampoco? ¡Tres horas nada menos…! ¿Es que había mucha cola de gente denunciando delante de ti? Así está la seguridad ciudadana. ¿Crees que esto va a servir de algo? Claro, no lo puedes saber ¿Tenían alguna pista? Alguna no, bastantes. Eso es que te han enseñado fotos de posibles sospechosos. Muchas. Un álbum entero. ¿Y has reconocido a alguien? ¿Sí? ¿Estás seguro? ¿Crees que podría tratarse del “raja coches”? Bien, bravo, si dices que sí, ya está el asunto encarrilado. Al menos se hará cargo de los desperfectos y le meterán una multa que se le quitarán las ganas de volver a rayar nada. Pero no te noto muy contento. No, desde luego no estás dando saltos de alegría. Qué te pasa, Eloy. Por qué pones esa cara. Esta mañana decías que si te ponían al cafre delante, le rayabas los huevos. Sí. ¿Y ahora?, ¿Y si te lo pusieran ahora? Ahora no. Ahora no le rayarías nada. Ya. Eso es porque lo conoces. Sí. Sabes quién es. Ya. Eso cambia las cosas. Porque a lo mejor hasta le tenías aprecio. No. Vale, vale. No lo aprecias nada. Te cae fatal. Entonces… tú sigue andando, sigue, que yo ya voy entendiéndote a cada paso. Pero enderézate que vuelves a ir encorvado. Entonces… si no lo aprecias, pero tampoco le rayarías los huevos es porque… porque… ya está: porque aprecias a alguien que le aprecia. Efectivamente, Watson. Es por eso. El triángulo isósceles de los aprecios. Dos lados iguales, y uno desigual. El del cafre que raya el coche. No me mires así, si está muy claro. Y con estos mimbres, tenemos dos personas que encajan. Tu amiga del alma Patri. Y su pareja, el descerebrado de Valentín. No hace falta que digas nada. Entra, entra en la farmacia, que yo sigo desenmarañando el tema. No vas a acusar a Valentín, porque inmediatamente el drama repercutiría en Patri de forma directa. Sería ella la que acabaría pagando los platos rotos. Ya se entiende. Pero déjame que te haga ver que… ¿Esparadrapo? ¿Por qué compras esparadrapo ancho? ¿Alguna heridita tal vez? Oye, qué vas a hacer, dónde vas con eso… que NOOO PUEEEDOOO HHAAABLAARRREOOOLOOYYY!!!







domingo, 2 de enero de 2011

Todo lo que me puedas decir ya lo sé


En Mardebé, hoy parece que todo el mundo está más loco y tiene más prisa. En el corazón de la ciudad, los cláxones suenan más. Hay más coches obstruyendo el carril “bus”. Vehículos y peatones van amontonándose frente a los semáforos como escarabajos peloteros y hormiguitas respectivamente, mientras aguardan con impaciencia su turno. Los policías locales soplan de forma destemplada sus silbatos tratando inútilmente de hacer fluir una circulación cada vez más espesa y colapsada. Empiezan a caer gotas. Como son inesperadas, pillan a la gente sin paraguas ni chubasqueros. Y los edificios ya casi se reflejan en el negro asfalto y en el blanco sucio y resbaladizo de los pasos de cebra.

Dentro de las oficinas de “Innovaciones Crecientes”, en plena milla de oro urbana, reina el silencio. El aislante acústico de las grandes cristaleras ahumadas cumple su función perfectamente. El martilleo de los teclados es el sonido que destaca por encima de cualquier otro. Se abre la doble puerta, casi a pie de calle. Y entra un señor. En los hombros de su chaqueta ya se aprecia la lluvia que se intensifica por momentos.

“¡Huy, Eloy, cuánto tiempo sin verte por aquí!”. “Qué tal, Patri, buenos días, es que he estado de viaje”. “¿Vienes a ver al señor Palma?”. “Sí, sí… había quedado con él”. “Innovaciones Crecientes, le atiende Patri, dígame… ¿de parte…? Le paso…”. “Vaya día se está poniendo”. “Sí, parece que va a caer una buena… Tendré que poner el paragüero, si no, van a dejar la moqueta perdida… ¿Oiga? Comunica… ¿Puede llamar en diez minutos? Sí, yo le dejo nota, no se preocupe. Gracias. Hasta luego, buenos días… ¿Señor Palma? Soy Patri, de Recepción. Aquí está Eloy. ¿Le digo que espere? Vale. Eloy, espérate dos minutos, que ya baja”. “Gracias, Patri”. “¿Qué te parece el paragüero…?“. “Bueno, no está mal, hace su papel…”. “Es horrible… es de los chinos, pero da el pego… ahora lo dejo aquí… y ya está… Eloy… ¿Te quedarás a comer?”. “No sé. Igual sí”. “Acaban de bajar el papelito con el menú de hoy, si quieres te apunto… Hay pollo rebozado con papas: espectacular…”. “Jo, menuda tentación, como para no quedarse”. “Mira, ahora llega el mensajero… y está empapado el pobre ¡Hola…! ¿Qué me traes hoy, chico…?”. “Tres paquetes y un sobre. Firma aquí por favor”. “Espera, que te pongo el cuño ….”. Pam, pam, pam. “Déjalo ahí, encima del mostrador, que ya me encargo yo… Esto de aquí es lo que te tienes que llevar hoy”. “¿Esos bultos?”. “Sí, cuidado que pesan un quintal y el suelo patina”. “Bueno, me voy pitando, que si no vendrá la grúa y me levantará la furgoneta… el otro día ya me multaron”. “¿Te había pillado a punto de almorzar, Patri?”. “Es lo que estaba intentando hacer, Eloy, aquí estoy con mi desnatado y mi frutita… porque si no como algo a estas horas, luego me caigo como un taco… Innovaciones Crecientes, le atiende Patri, dígame… ¿con el señor Gracia? Un segundito, enseguida le paso… El caso es que cuando instalaron las líneas directas, me dijeron: Patri, tú vas a estar mucho más tranquila, a partir de ahora no te van a molestar más, porque cada uno tiene su número directo… ¡Jamones!, me pusieron un capazo de faena que ni tú te lo puedes ni imaginar ni yo me la puedo acabar… Y encima todos siguen prefiriendo llamar a la centralita…” “No me extraña, será por el gusto de hablar contigo….”. “Ahora tengo que preparar corriendo la sala para la reunión de las once, y van a querer tener la cafetera a punto… “. “Pero no te quejas…”. “¡No, ni se me ocurre! Innovaciones Crecientes, le atiende Patri, dígame… ¿Valentín?, Valentín, que estoy trabajando… por qué me llamas a este número, ¿ha pasado algo?… no, no me acordé de lavarla… perdona, se me pasó, pero ponte la azul que está limpia… la tienes planchada y colgada en el armario… en tu parte… lo siento, cuando llegue a casa, lo primero que hago es eso… Valentín, que te he dicho que lo siento… Valentín, por favor, no me digas eso, no te pongas así por una camisa… Valentín, por el amor de Dios, no me grites… no, de verdad que no, no se me volverá a pasar…, ahora tengo que trabajar…, discúlpame, luego nos vemos, por favor, por lo que más quieras, no te enfades, luego a las cinco hablamos…”.
Durante unos segundos vuelve a escucharse el martilleo sobre los teclados. Patri busca un pañuelo de papel en el bolso para secarse los ojos. Eloy se descarga de su carpeta y la deja encima del mostrador. “Patri… Patri…, atiéndeme un segundo…”. “Innovaciones Crecientes… Un momento por favor…”. Ella aprieta el “mute” en el teléfono y lo mira. Él le dice: “…todo sigue igual por lo que veo…”. “Igual, igual no: peor, mucho peor…”. “Patri… ¿Tú te das cuenta de la situación en la que estás por culpa del tiparraco éste? ¡Va a acabar contigo si sigues así! ¿Por qué lo aguantas?”. Pañuelo encestado en la papelera. Tres puntos. “Eloy, todo lo que me puedas decir ya lo sé”. Pausa valorativa. Zumba el pinganillo. “¿Sï? Ahora mismo se lo digo, señor Palma. ¡Eloy, el señor Palma que subas!”. “Apúntame por favor al pollo con papas”. “Hecho... Innovaciones Crecientes, le atiende Patri, dígame…”.

Eloy sube las escaleras despacio. Cuando lleva ocho escalones, ella lo llama. “¡Elooooy!”. Él gira el cuello. Patri le dice sólo: “…que sepas que muchas gracias…”. Él le responde con una sonrisa franca. Reemprende la escalada. Fuera, en la calle, el atasco es total. Sólo falta que los viandantes salten por encima de los coches, o que los escarabajos salgan en estampida arrasando a todas las hormiguitas que pillen a su paso.