miércoles, 17 de febrero de 2010

NO QUEDAMOS EN ESTO

Llamó al timbre por segunda vez.. Qué raro, no le abrían. Soplaba un viento gélido, así que se subió el cuello de la chaqueta para intentar protegerse. Por fin, cuando ya casi se batía en retirada, se entreabrió la puerta. Detrás vislumbró la figura de Adrián, el hijo mayor de su amigo. "¿No está tu padre?". "Rafael... no es un buen momento ahora... váyase a casa, que yo lo llamo más tarde". El viejo advirtió que algo raro ocurría. No le franqueaban la puerta. "¿Pasa algo?". "No insista, por favor, ya luego yo le doy un toque al móvil". Él se quedó quieto como un poste. Entonces, Adrián tragó saliva y se derrumbó. "Mi padre...acaba de fallecer". Rafael se quedó helado, como el aire que le cortaba la cara. "No, no puede ser", murmuró, "déjame entrar", pidió abriéndose paso. El hijo trató de impedirlo. No pudo, ni aunque hubiera tenido la fuerza de un gigante. "Pero... ¿por qué le has dejado pasar?", gimió la hija menor desde dentro. Hablaban todos muy bajito en la casa. No obstante, no corresponde a este texto describir el silencio de la zozobra.

La voz de Rafael sonó entonces con reverberación en la estancia: "Blas: eres un cabrón. Un cabronazo. No quedamos en esto. Yo me fiaba de ti. Pero ahora... Blas, lo más suave que te puedo decir es que..." al anciano le temblaban las manos; apenas movía los labios y los ojos se le empequeñecían... de repente volvía a ser un niño de cinco años inconsolable... " ¡Canalla, mala persona, embustero, miserable, malnacido... esto que has hecho es joder por joder...!".
Lo agarraron con suavidad del hombro, "ya vale, Rafael, ya es bastante..." y lo arrastraron hacia la salida. Él se dejó llevar, a tientas y a ciegas. "...no te lo perdonaré en la vida..." y se vio nuevamente en la calle, con el mismo viento polar o siberiano congelándole las lágrimas en la mejilla. Pero él no lo sentía apenas. Tardó aún unos minutos en moverse, en echar a andar, supuso que de vuelta a su casa. En realidad, estaba tan aturdido, desorientado y desnortado que iba justo en dirección contraria.

Dentro, renació el silencio triste. Diríase entonces que Blas se arrepentía de lo que había hecho.

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