jueves, 25 de febrero de 2010

CRÓNICA DE UN RETRASO

AEROPUERTO, 19:45: Devuelvo el Skoda Roomster. La empleada de Hertz me confunde con un guiri y me habla en inglés. "Ayer me hablabas castellano y también te entendía", le he dicho. Se ha puesto roja como un tomate (canario) y me ha replicado, "Disculpe, es que usted da el cante". Tralará.
AEROPUERTO, 20:00: De momento aún no me dejan facturar el equipaje, porque Vueling vuela con más de dos horas de retraso. Y me he sentado en la butaca más confortable del Aeropuerto de Gran Canaria.
AEROPUERTO, 21:00: Una auténtica guiri me pide ayuda. La señora es "from Sweden". Se ha quedado sin saldo en su móvil y me pide que le envíe un sms a su hermano. Envío el sms. Al cabo de un rato (que se hace eterno) recibe una llamada. Ella (la guiri real) sonríe y le da las gracias al falso guiri (o sea, a mí).
AEROPUERTO 21:15: Por fin, facturo. 14,5 kgs la maleta. Le pregunto al azafato si puedo elegir. "Claro, sólo van 70 pasajeros en un avión con más de 200 plazas". "Entonces elijo pasillo en asiento ventana de emergencia". "Señor, este asiento en Vueling tiene un suplemento de 13 Euros". Ah. Me quedo pensando. "Deme el asiento que quiera entonces".
AEROPUERTO 21:30: Paso por el escaner. Pita. "Take off the shoes", me dice el guardia en perfecto inglés acanariado. Otro, otro que me toma por guiri. Van tres. Es igual, con zapatos o descalzo, todo pita igual. Será el Titanio de los empastes. O la medallita de plata de cuando la primera comunión. Eso será.
AEROPUERTO 21:45: Tomo un "tendercrisp" en el Burguer King del Aeropuerto. ¡Ya puestos, igual que los guiris!
AEROPUERTO 21:55: Hablo con mi mujer y con mi hijo. Les doy pena.
AEROPUERTO 22:00: Una hora de reloj hablando por el móvil con López, compañero de avatares, hacen que mi oreja se ponga al rojo vivo. Él baja hacia Sevilla y también tiene tiempo.
AEROPUERTO 23:00: Me he situado frente a la pantalla informativa, que indica el embarque a las 0:00. O sea: ¿no hay embarque? Lo siento: el desquicio ocasiona chistes malos. En "internete" Aena da más información. Dice que el embarque es a las 0:00, que la salida es a las 0:30, que la culpa es del avión que antes de pasar por Valencia vino de Amsterdam y que allí lo marearon los controladores franceses, que se embarcará por la puerta A23 (¡esto no lo sabe ni la pantalla del aeropuerto!); y que el comandante se llama Perico.
AEROPUERTO 23:05: Me llama mi mujer para darme ánimos.
AEROPUERTO 23:15: ¡Han apagado unas cuantas luces del aeropuerto! Y más de uno se ha estirado en los asientos. ¿Pondrán ahora la canción "vamos a la cama" para motivar a los cuatro gatos que se ven por aquí?
AEROPUERTO 23:16: ¡LA PONEN! ¡LA PONEN! Vamos a la cama que hay que descansar...para que mañana podamos madrugar... ¡Increíble!
AEROPUERTO 23:17: Desmiento el punto anterior. He debido ser yo y mi primera cabezada.
AEROPUERTO 23:20: Me llama Obama. Para darme ánimos.
AEROPUERTO 23:20: Desmiento la información anterior. Era otra cabezada.
AEROPUERTO 23:24: Los que van a Amsterdam se van por la puerta A23 (curioso: debe de ser la puerta abierta por las noches). ¡¡No os vayáis, por Dios, con la compañía que nos hacíais...!!
AEROPUERTO 23:30: Retiro lo dicho a las 20:00 horas. Me clavo la rabadilla en esta puñetera butaca.
AEROPUERTO 23:33: "Attention, please: Rogamos al señor no he entendido bien el nombre, pasajero del vuelo Transavia 196, se presente urgentemente en la puerta A23". Aquí a mi izquierda hay un tío roncando. ¿Será él?
AEROPUERTO 23:35: Pues no, no era él. El dormilón sigue durmiendo. Y un señor pequeñín ha salido corriendo no se sabe de dónde, con la tarjeta de embarque en la boca, y una maleta de las que no se facturan, pero luego no caben en los estantes de los aviones.
AEROPUERTO 23:40: La pantalla varía. Se va Amsterdam, se va, se va. Y Valencia sube una posición. Y le adjudican la puerta...¡A29! Estos de Aena en internete no se enteran, desde luego. Ahora toca moverme, porque yo estaba aquí, en la A 23.
AEROPUERTO 23:44: Saludos cordiales, desde la puerta A29. El asiento está fres-qui-to.
AEROPUERTO 23:50: ¿He saludado? El asiento estaba fresquito. Pero ya no. Y los del Burguer barren el suelo a ritmo de bacalao. Chunta-chunta-pum.
AEROPUERTO 23:51: Me parto yo solo. La pantalla anuncia con destellos deslumbrantes que para Valencia hay una "New Gate". ¿Cuál será? Tachín-tachín:¡¡¡La A23!!!! Hay procesión a estas horas de una punta a la otra del aeropuerto. Oigo a alguien que, en valenciá de l'horta, "se caga en la mare que els ha parit". Je, je, je. Hale, me voy a ver si el asiento de antes se ha enfriado.
AEROPUERTO 23:56: La cola llega hasta el infinito y más allá. ¿Aquí era donde había 70 personas? He contado 40 y pico, pero abultan más. Es que están todos en la cola, menos yo., que me he sentado donde antes.
AEROPUERTO 23:58: Un señor azafato se sienta en la mesa del mostrador A23. Suena la megafonía y... ¡mecachis! es para otra cosa, para que por nuestro propio interés mantengamos nuestras pertenencias controladas en todo momento. Durante unos segundos, todos aprietan más el bolso.
AEROPUERTO 00:05: Aquí ya ha cambiado el día. Es Jueves también. La megafonía nos avisa. ¡Vueling Airlines 3089 to Valencia! ¡Bien, Bravo, Yupi! La cola empieza a moverse. Yo despido la conexión.

domingo, 21 de febrero de 2010

EL OGRO DE LAS MATEMÁTICAS



En el aula reinaba el silencio. Tres alumnos en cada fila de diez asientos. Todos estaban absortos leyendo ya las preguntas del examen. Desde la tarima, José Ramón, profesor titular en Matemáticas, después de haber realizado las pertinentes puntualizaciones, se disponía a tomar asiento. "Disculpen", dijo, "¿quién es Ester Ramírez?". Todos levantaron la cabeza, buscando a la aludida. Desde el fondo, a la derecha, una chica menuda levantó tímidamente la mano, "yo", con evidentes signos de inquietud. "Gracias", le dijo, "puedes proseguir". A partir de entonces sólo se escuchó el ruido de los bolígrafos escribiendo, tachando y reescribiendo otra vez, conjuntamente con las toses secas y los pañuelos en las narices, típicas de la época de los catarros. José Ramón se refugió detrás de las páginas del periódico, aunque en realidad tenía el radar en guardia. Un golpe de vista le había bastado para intuir quién sí y quíén no venía preparado. Quién no levantaba la cabeza del papel y quién esperaba leer en el gotelé de las paredes las fórmulas milagrosas para plantear los problemas. Confiaba, eso sí, en no tener que sorprender a nadie in fraganti para no verse obligado a tomar ninguna acción drástica. "Es clavadita a su madre, clavadita", pensó sujetando su cabeza barbuda entre las manos.


Y se acordó de aquella visita inesperada, días atrás. A él no le cundían ni las mañanas ni las horas centrales, su actividad era tan frenética, que nunca podía actualizar todo el trabajo pendiente. Así que, cuando casi todo el mundo se marchaba y el Departamento quedaba casi vacío y a medio gas, José Ramón se enclaustraba para sentarse frente a la pantalla del ordenador y entonces daba lo mejor de sí mismo. En ésas estaba aquella tarde, cuando llamaron a la puerta de su despacho, profesor titular Don Jose Ramón Camacho, y se asomó Bea, preguntando por él. ¡Dios, casi se cae de la silla!


Le pilló fuera de juego. En otra órbita. Y tuvo que realizar un aterrizaje forzoso para regresar al mundanal ruido, el de los papeles y librotes desparramados por la mesa. Ella estaba allí después de tanto tiempo. Qué sorpresa. Se cruzaron algunas frases cortas. Tenías que haberme llamado. Sólo serán dos minutos. Cómo estás. Te veo en forma. Parece que fue ayer cuando...Ambos obviaron los cuatro pelos que cubrían la azotea de Jose Ramón o las perceptibles arrugas en la expresión de Bea bien cubiertas por el maquillaje.


Y fue cuando ella le expuso el motivo de su visita. Le habló de su hija, "estudia en esta Facultad", "tuvo muy claro desde el principio lo que quería hacer". Él escuchaba atentamente. "El caso es que ella está traumatizada con las Matemáticas. En el primer examen, cuatro aprobados en total, y la máxima nota un 5,6...". A José Ramón se le encendieron las alarmas. Se estiraba los pelos del bigote hasta casi arrancarlos. "Me dijo el otro día, mamá: este profesor es un ogro". Él cogió un listado. Cómo se llama. Efectivamente, era alumna suya, del grupo 1A. "Y cuando me comentó que el profesor se llama Jose Ramón Camacho, yo me dije: IM-PO-SI-BLE. El Jose Ramón que yo conozco es el rey de la paciencia, y un maestro de maestros" "Bea", le explicó, "de cuando estudiábamos nosotros a esta parte, el nivel de los alumnos ha bajado enormemente...". Él suspiró. "Ester no sabe que te conozco", aclaró Bea, "y mucho menos que he venido...". Aún hablaron de todo un poco durante unos minutos. Pero pasaron muy rápido. Ella dejó como testimonio de su visita la fragancia de su perfume, que perduró en el ambiente del despacho muchos minutos. Él ya no fue capaz de concentrarse de nuevo aquella tarde. A lo mejor era porque, sin querer reconocerlo, seguía con una herida abierta.


Volvió de su ensimismamiento a la realidad del aula el día del examen. Tres horas frente a la misma página del periódico, "Las caras de la noticia", evidenciaban que Jose Ramón casi casi se había "teletransportado". Se levantó, "Señores, el tiempo ha terminado. Vayan entregando, por favor". Murmullos in crescendo, bolis encima de la mesa, ajuste de folios, alumnos en pie y casi en fila, resoplando, con la cabeza fundida rumbo a la mesa de la tarima. Cuando José Ramón tuvo enfrente a Ester, pensó en decirle, "recuerdos a tu madre", o mejor, "saludos a tu madre". Un golpe de vista con sus lentes para vista cansada le sirvieron para comprobar la magnífica presentación y la pulcra letra de la estudiante. José Ramón dio un vistazo también al resto de los folios. Estaban perfectos. Ester se había quedado parada, esperando un comentario del profesor. Éste carraspeó. Ahora su madre pensaría que su visita había surtido efecto... pero este examen estaba de libro. Alumna y profesor se miraron. Él ya había visto muchas veces una mirada como la de Ester. Años atrás. No se atrevió a decir nada, no le envió ni recuerdos ni saludos para nadie, lo dejó en una simple mueca y siguió recogiendo exámenes.

miércoles, 17 de febrero de 2010

NO QUEDAMOS EN ESTO

Llamó al timbre por segunda vez.. Qué raro, no le abrían. Soplaba un viento gélido, así que se subió el cuello de la chaqueta para intentar protegerse. Por fin, cuando ya casi se batía en retirada, se entreabrió la puerta. Detrás vislumbró la figura de Adrián, el hijo mayor de su amigo. "¿No está tu padre?". "Rafael... no es un buen momento ahora... váyase a casa, que yo lo llamo más tarde". El viejo advirtió que algo raro ocurría. No le franqueaban la puerta. "¿Pasa algo?". "No insista, por favor, ya luego yo le doy un toque al móvil". Él se quedó quieto como un poste. Entonces, Adrián tragó saliva y se derrumbó. "Mi padre...acaba de fallecer". Rafael se quedó helado, como el aire que le cortaba la cara. "No, no puede ser", murmuró, "déjame entrar", pidió abriéndose paso. El hijo trató de impedirlo. No pudo, ni aunque hubiera tenido la fuerza de un gigante. "Pero... ¿por qué le has dejado pasar?", gimió la hija menor desde dentro. Hablaban todos muy bajito en la casa. No obstante, no corresponde a este texto describir el silencio de la zozobra.

La voz de Rafael sonó entonces con reverberación en la estancia: "Blas: eres un cabrón. Un cabronazo. No quedamos en esto. Yo me fiaba de ti. Pero ahora... Blas, lo más suave que te puedo decir es que..." al anciano le temblaban las manos; apenas movía los labios y los ojos se le empequeñecían... de repente volvía a ser un niño de cinco años inconsolable... " ¡Canalla, mala persona, embustero, miserable, malnacido... esto que has hecho es joder por joder...!".
Lo agarraron con suavidad del hombro, "ya vale, Rafael, ya es bastante..." y lo arrastraron hacia la salida. Él se dejó llevar, a tientas y a ciegas. "...no te lo perdonaré en la vida..." y se vio nuevamente en la calle, con el mismo viento polar o siberiano congelándole las lágrimas en la mejilla. Pero él no lo sentía apenas. Tardó aún unos minutos en moverse, en echar a andar, supuso que de vuelta a su casa. En realidad, estaba tan aturdido, desorientado y desnortado que iba justo en dirección contraria.

Dentro, renació el silencio triste. Diríase entonces que Blas se arrepentía de lo que había hecho.

sábado, 13 de febrero de 2010

DONDE LLEGA LA MEMORIA

Después de veinte años, Ana, Eva y Paz habían encontrado un hueco para dejar de lado sus obligaciones y reencontrarse. Un día entero para ellas solas. Y había costado. Cuando no era celebración de un cumpleaños, era un hijo que traía amigos a casa, era hoy toca cuidar a los suegros, era hay que pintar el comedor y es inaplazable. Y entre llamadas de móvil y cruce de correos electrónicos, "esto no puede ser, hace un montón que no nos vemos", fijaron ese Sábado, "de aquí no pasa", y advirtieron cada una a los suyos que aquel día se las tendrían que apañar como pudieran, porque ellas se habían ganado el derecho a quedar con sus amigas de toda la vida.

Eva las recogió tempranito, aunque un poco más tarde de lo acordado, "Vaya cochazo, qué nivel", le dijeron. "Pues me lo voy a cambiar pronto", dicen que contestó. Y enfilaron hacia la sierra próxima, donde no había cobertura de móvil y nadie las podría molestar. Un día de marcha por el campo. Con el coche llegaron hasta donde la carretera se cortaba. Después, cargaron cada una con su bolsa y enfilaron la senda señalizada. Ana vestía atuendo de montaña, botas incluidas. Eva, más de sport, todo de reebook con colores a juego. Y Paz, lo que se hubiera puesto un día normal, excepto las zapatillas de Decatlón. Nada más verse de nuevo ya se habían radiografiado, pero ninguna se dijo a la otra lo mal que las había tratado el tiempo. Mientras se ofrecían mutuamente el protector solar, prueba éste que llevo yo, iban contándose, con la voz cada vez más levantada cómo les había tratado la vida, en su versión más dulce y light. Y después se lanzaban desaforadamente al monográfico: Los hijos. Eva y Paz se volcaban en sus vástagos, uno y tres respectivamente. ¡Cómo son los condenados!. Ana no había sido madre. "...aún", añadían las dos amigas.

Así, llegaron al mirador. Agotadas, pero felices. Ana, desriñonada. Eva con los pies hinchados. Y Paz pensó, pero no lo dijo, de ésta no pasa, el Lunes voy a cambiarme las gafas porque lo veo todo turbio. Ah, el mirador: ...donde se divisaba el manto verde de los naranjos, las fincas lejanas de la urbe... y al fondo, la franja azulísima del mar. Un día claro y transparente. Qué maravilla.

Buscaron la sombra de un pino. Sin mosquitos ni hormigas.

Toda la carga de Ana era un sandwich de jamón york y una botella de agua mineral.

Toda la carga de Eva era una ensalada preparada de Mercadona y un bio.

Toda la carga de Paz, "¿Cómo sois capaces de salir así por el mundo?", era un mantel para el suelo, unos vasos de plástico irrompible, cubiertos, servilletas, una botella de cava frío..., según iba sacando del bolso, éste se asemejaba a la chistera de un prestidigitador, una superempanada de dátiles bacon y queso de cabra(*) recién hecha, unas palmeritas de queso, espirales de sobrasada... "El postre lo dejo para luego", concluyó.

Al principio se negaban a atacar aquellos manjares. Pero estaba todo tan bueno... un día era un día.

Lo estaban pasando bien. Evocando viejos tiempos que todas recordaban como si hubieran pasado ayer mismo. "Es una suerte tener buena memoria". Se hizo un breve silencio. Todas tenían algún conocido con Alzheimer. "¡Venga, venga!", Eva dio dos palmas, "¿Cuál es vuestro primer recuerdo, chicas?", les retó. Las tres quedaron pensando un segundo, pero lo tenían muy claro. Muy grabado.

Eva contó el suyo: "Era el día de San Cristóbal, en la fiesta grande. Tendría tres añitos, me solté de la mano de mi madre y me perdí. Con tanta gente alrededor, me despisté. Supongo que mis padres se llevaron un susto de muerte: movilizaron al pueblo entero para buscarme. Me acuerdo perfectamente: yo volví solita; crucé la carretera, crucé la vía del tren y llegué hasta la puerta de casa y me senté a esperar a que mis padres volvieran. Julito, el practicante fue quien primero me vio...".

Oh, qué tierno, exclamaron Ana y Paz.

Intervino entonces Ana, "Lo siento, sé que nadie me cree, pero yo me acuerdo del día de mi bautizo". Aquí una pausa para dar tiempo al "ohhhh" sorpresivo. "Yo estaba durmiendo plácidamente, y en esas sentí un chorro de agua fría que te mueres en mi pobre cabecita, y ahí sí que sí : con todos mis pulmones... y me acuerdo perfectamente de la cara de mi padrino, claro yo no sabía entonces quién era aquel bigotes que me sostenía en brazos, pero con el tiempo até cabos, y era él sin ninguna duda... Y mi pobre madre, en casa, recuperándose del parto, que mira que lo pasó mal...".

Nadie se inmutó por la revelación. Ana, siempre más que nadie. Nada menos que afirmaba acordarse de su bautizo. Je, je. Ya tendrían tiempo de despellejarla por la espalda más adelante.

Entonces Eva y Ana miraron a Paz. "Chicas", repuso, "yo no os supero en memoria. Vamos a por el postre y a brindar. Tarta de chocolate y nueces(*)". Un chillido colectivo. ¡Qué pecado!

Voló la tarde y se hizo tiempo de regresar.

De bajada hacia el coche, "este día lo tenemos que repetir, que no pasen otros veinte años por favor", Eva y Ana andaban adelantadas dándole a la cháchara. Con cuidado de no tropezar, Paz, iba rezagada y guardaba silencio. En su mente, grabado a fuego, su primer recuerdo, aquel que no había querido reconocer ante sus amigas. Voces pronunciadas por su madre sin imagen adjunta, "¡Víctor por Dios, que llevas tres semanas fuera! ¡Víctor no me puedes decir ahora que tienes que quedarte ahí un mes más! Víctor, si no vienes pasado mañana mismo, yo no sé qué hago. Víctor si no vuelves pasado mañana, no vuelvas. Te cuelgo el teléfono inmediatamente, ¿me oyes? No vuelvas". Y a Paz, descendiendo por la ladera, se le nublaba la vista (al oculista el Lunes sin falta), y le lloraban los ojos. Rememoraba estas frases. Cuando las escuchó ni siquiera tenían sentido ni significado. En aquel momento tan remoto sintió que al estómago de su madre le daba una convulsión, y ella, que aún no era Paz ni era casi nada, tuvo que darle una patadita desde dentro para recordarle que estaba allí, creciendo en sus entrañas.

(*)¡Gracias a bocados de cielo por el menú!

martes, 9 de febrero de 2010

LAS REUNIONES DEL AGUA


Nadie cuestionaba los métodos poco académicos de la empresa Xenak. Lógicamente, por encima de todo primaban los resultados y éstos eran dignos de elogio: más ventas, mejores márgenes y menores gastos. Atrás quedaban ya las maratonianas y costosas reuniones en una sala en algún lujoso hotel reservada con antelación. Mesa alargada dispuesta con tapete rojo, sillas alineadas, folios y bolígrafo de propaganda, bandejas con galletitas compulsivas surtidas de chocolate, jarras de café templado, leche e infusiones, botellitas de agua mineral, caramelitos envueltos en papel de celofán y en medio de todo, un proyector encañonando imágenes del portátil hacia una pantalla desplegada. Todo eso quedaba definitivamente atrás, y ahora, en su lugar, se celebraban unos encuentros "exprés": las llamadas "Reuniones del Agua".
Así, antes de las ocho aparecían todos por el pasillo de los vestuarios. Con un gorrito de color chillón en la cabeza y dejando tras de sí un reguero de agua con las chancletas de goma. Resoplando y con la mejilla colorada. Con la voz todavía un poco tomada por lo temprano de la hora. El estrés se había quedado en la piscina, mezclado con el cloro. Después, dos minutos para una ducha rápida, e inmediatamente se iniciaba la reunión.
El cambiador tenía dos sencillos bancos de mármol blanco enfrentados. Sobrios azulejos grises con franjas azules. Y nada más. Allí iban llegando los convocados en cuestión de segundos. Desprovistos de su armadura, ya fuera traje de Tucci o del Hierro con corbata de seda a juego. Sin tapujos. Desarmados, con las brillantes "blackberry" fuera de su alcance para que nada ni nadie los pudiera interrumpir. Para que no tuvieran dónde ni en qué refugiarse. Eran ellos mismos, tal cual. Todos, desde el primero hasta el último en igualdad de condiciones. Iguales. Bueno..., "iguales-iguales", no exactamente. A saber: El "picha-metro", que tenía que entrar de frente, porque si pasaba de lado se enganchaba con el marco de la puerta. El "embarazado", cuyo estado era consecuencia y fruto de sacrificadas y continuas comidas de trabajo. El "leche burra", con una piel que no conocía la melanina. El "satélites", porque tenía la espalda sembrada de lunares. El "oso": peludo, peludo hasta en los rincones más escondidos de la anatomía. Los "descapotados" y sus frentes despejadas. Y, por último, el "canicas", porque... porque qué buen día hará hoy para dar un paseo por el parque.
Y de esta guisa, secándose bien la piel con el albornoz de rizo, daban paso al orden del día. Cómo estaba el tema del Frugal. "Ahí me tenéis que echar una mano", decía uno. Y ya para entonces, cada uno estaba enfundado en sus calvinklein, en sus dolcegabbana, o más de ir por casa, los cómo2: con o sin pernera, con o sin bolsillo. Para todos los gustos y colores. "La próxima semana tendría que ser". Psssss, psssss (sonido onomatopéyico que recrea el spray del desodorante). "Vale, la próxima semana". El perfumado se daba dos flashes y los vecinos quedaban también automáticamente gaseados. Las palabras iban y venían de uno a otro lado del banco. Mientras, algunos hacían el equilibrio del calcetín "ejecutivo", acertaban con un pie, y se sostenían con el otro sin irse de morros. Los más, sentados y doblados por el espinazo hacían la maniobra. "Respecto de la auditoría, faltan tres puntos por cerrar, que son tal, tal y tal". Camisas impolutas. "¿Pero eso no estaba hecho ya?", bramaba alguien desde la esquina. Pantalones a medida. Y ya, casi por último, a dominar las greñas y los pelos, con secador incluido si hacía falta. A recomponerse la cara con crema facial, quien la usara. A verlo todo nítido con las gafas puestas. A repasar los puntos tratados y los deberes a realizar. Zapatos castellanos y a andar.
Una vez el equipo a punto, se levantaba la sesión. Y los responsables de Xenak salían bien limpitos y peripuestos con las consignas claras y las estrategias definidas, para enfrentarse con energía renovada a los retos del día. Quedaba sin embargo siempre pendiente un problema que, por irresoluble, se posponía irremediablemente de una reunión para la siguiente. Y es que ninguno sabía cómo abordar con naturalidad y sin causar un conflicto de conducta el asunto de la paridad de género en las "Reuniones del agua".

sábado, 6 de febrero de 2010

CONTINUARÉ DONDE LO DEJASTE

La multitud se agolpaba en torno a la puerta de salida de vestuarios, aplastándose contra las vallas de protección y contra los guardias de seguridad que a duras penas podían contener la embestida. Todos querían ver a sus ídolos de cerca. Una tormenta de flashes y manos extendidas. Gritos histéricos en cuanto asomó la cara del primer relevista, con una media sonrisa y apabullado por tanta expectación. Los periodistas le enchufaban el micrófono, como si se lo fuera a comer y lanzaban a bocajarro preguntas atropelladamente. ¿Cómo te sientes?, ¿Ha sido una irresponsabilidad por tu parte? ¿Qué papel le dejas a tu sucesor?


Stop, stop. Foto fija. En la imagen, el relevista Jon, acababa de pasar un mes en la piel de Juan Manzanas. Durante su estancia, la vida de Manzanas había dado un vuelco espectacular. Trabajo a la mierda. Ahorros por los aires. Y lo último, accidente de automóvil, con resultado de traumatismo torácico y rotura de fémur. Un panorama, con la intervención de este relevista de renombre.


"...Bueno,", balbuceó Jon, "... la verdad es que no hemos tenido suerte. Yo lo he dado todo por Juan Manzanas, quería que todos sus disgustos anteriores quedaran compensados, no todo ha de ser sufrir y padecer en esta vida, teníamos un poco de prisa, ha venido una mala curva, ese coche que se ha cruzado y no ha podido ser...". Jon miraba a la cámara con magnetismo "...lo importante ahora es que se recupere bien y pronto, y pueda mirar hacia el futuro con optimismo y confianza. Juan Manzanas sabe que tiene detrás una familia magnífica que está con él y le quiere, y yo le deseo toda la suerte del mundo al compañero relevista que me sigue..."


Ovación, chillidos, ¡Jon, te queremos!, mientras dos gorilas condujeron al relevista Jon hacia la limusina que aguardaba al final del cordón de seguridad. Todo muy medido, porque sin tiempo para relajar la garganta, apareció con el semblante cansado el relevista Fran. Y los incondicionales se rompieron las manos a aplaudir y silbar. Fran, Fran, Fran.


Stop de nuevo. Otra foto fija. Voz en off, para explicar que el relevista Fran venía de pasar un mes dentro de Julia Perera. Y casi todo el tiempo lo había pasado sentado en una mesa atestada de apuntes, libros abiertos, un flexo y vasos de plástico con café frío. Un tostón para un público exigente, incluso para Pedro, su novio de entonces, que le había amenazado con cortar la relación.


"...hola, hola, buenas noches...", saludó Fran, "Atendiendo al tiempo y a las circunstancias, comprendí que lo mejor para Julia era estudiar sin descanso con el fin de llegar preparada al día del examen en las oposiciones... Entonces ésta ha sido mi prioridad absoluta... porque se trata de sembrar hoy para recoger mañana...". De, entre el público, al fondo a la izquierda surgieron recriminaciones, ¿y Pedro?, ¿qué pasa con Pedro?... Entonces, el relevista Fran tomó aire y replicó: "...bueno, esto es muy duro ahora, pero mirándolo con perspectiva...no lo dudéis, cuando Julia apruebe sus oposiciones y dependa sólo de ella misma, aparecerán decenas de Pedros...". División de opiniones. El respetable siempre había sido muy suyo a la hora de tomar partido y daba a entender que se había aburrido con Julia Perera.


Fran agachó la cabeza y siguió a los escoltas hacia la segunda limusina que había ocupado el lugar de la primera. Entonces un periodista le espetó, "qué, no luce lo mismo vestir la piel de un presidente que la piel de una pobre matada, ¿eh?", y Fran se detuvo en seco. Esto lo decían a cuenta de que Fran estuvo en una etapa anterior dentro del presidente Holm, cuya exitosa gestión había sido muy reconocida. Gritó, fuera de micrófono: "¡Siempre me he esforzado al máximo, lo mismo con un presidente que con una opositora!. ¡Quede claro: Siempre!".


Ya para entonces, entró en el pasillo el delirio de la plebe. Quim. El mejor crack para el final. Saludó a dos manos con su sonrisa Colgatim. ¡Quiiiiim, Quiiiiiim!¡Quiiiimm!


Otro stop. Y otra foto, esta vez de Quim, reflejando el flash con el blanco de sus incisivos. El relevista Quim había vivido en José Prim, aún concejal de urbanismo de Mardebé. Y le había dado tiempo a autorizar (y ejecutar) el derribo del coqueto teatro del siglo XIX, para poder ampliar las abigarradas oficinas del ayuntamiento. Por ahí le llovieron las preguntas. ¿Por qué has permitido que destruyan un monumento histórico? ¡Tu anterior relevista era partidario de la restauración...!


"...seamos prácticos: los técnicos declararon al teatro en estado de ruina, se caía a trozos literalmente y no tenía ningún valor artístico... " Y Quim enfatizaba: "Además, miremos al futuro: ya tenemos el nuevo auditorio".


A Quim se lo llevaron literalmente en volandas hacia la tercera limusina. El espectáculo debía continuar y les esperaban ya en un estudio de televisión, con máxima audiencia garantizada, para iniciar el debate en caliente del "Gran Relevo".


Pasado el numerito, poco a poco la gente se fue dispersando, diluyéndose en las calles, guardando las cámaras digitales en los bolsillos con el momentazo inmortalizado. Se iban preparando para conocer el devenir en las vidas de los multipolares Juan Manzanas, Julia Perera y José Prim de la mano de sus nuevos relevistas, que continuarían donde los otros lo dejaron.