sábado, 30 de enero de 2010

UN DIA VEN A VERME

Si no me diera tanto corte, te diría que vinieses a mi casa un día. Sin ninguna doble intención. Sólo porque estoy convencido de que una cosa es ese trozo de fachada desvencijada que ves desde la calle, con sus pequeñas ventanas rotas, y otra bien distinta lo que esconden esas paredes en su interior.

Para empezar, la entrada no está blindada como parece. La buena gente en quien confío no necesita ni siquiera llave para venir aquí a la hora que sea menester. Pero para el resto del mundo la puerta no cede ni un milímetro aunque intentara tirar la puerta abajo a cañonazos o con arietes.

Si te decidieras a venir, nada más acceder a la vivienda, un viento frío te sacudiría el rostro. "Pasa, por favor", te diría, "Ésta es la sala de las corrientes de aire". Eso sí, verías luz natural por todas partes. Por aquí desfilan ideas, intenciones y hechos, pero no quedan retenidos. Representan ese millón de cosas que pasan cada día y que después se esfuman para siempre. "No dejes nada suelto por si acaso", te advertiría, "porque se irá volando..".

"Adelante en esta estancia, pero con cuidado, aquí no estaremos mucho rato... y por favor, disculpa el desorden total". Es la habitación que amplifica los miedos y los peligros. Inmediatemente te invadiría una sensación de desasosiego, desazón y mal rollo. Tanto, que tendría que tirar de ti hacia el pasillo de nuevo ¿Ves? Esas paredes reflejan angustia permanente, donde todo me va mal y soy un puto desastre. Aquí, en este espacio, es donde me entran todas mis neuras.

"Bueno, ven y verás la cocina de las estrategias". Uno, dos, tres y hasta cuatro fuegos a la vez. Ingredientes no me faltan. Descargo mis asuntos, los lavo, los pelo, los troceo, los analizo y pienso cómo los puedo resolver. Procuro no dejarlos crudos ni que tampoco se pasen. Aquí decido qué es lo mejor para cada plato. Con toda mi modestia, ahora te ofrecería un café y unas pastas con planes (para el futuro).

A estas alturas, ya tendrías formada una idea de cómo es mi humilde morada. "Asómate ahí, verás el patio singular". Verías una planta, sólo una, en una maceta. He probado tener otras más pequeñas. Pero no crecen a la sombra de la primera.

"Y por aquí llegamos a la habitación de los sueños imposibles". La realidad se queda fuera. En esa enorme pantalla panorámica, soy el espectador de lo que mi imaginación quiere ofrecerme.

"Al fondo, están las habitaciones que no se utilizan". Supongo que yo, como tantos otros, vivo en una casa grande pero aprovecho sólo un espacio pequeño...

Permite, si es que vienes, que no te enseñe la vinoteca de los recuerdos. Mi bien más preciado. La esencia de mis momentos. A veces, destapo uno, y lo revivo de nuevo. Como si aquello que sucedió hace muchos años hubiera pasado hace sólo unos minutos. Y me embriago. Y después, tapo el frasco de mi recuerdo y lo guardo de nuevo. Pero no creas, no soy tan nostálgico como para permanecer continuamente borracho.

Soy consciente, mi casa necesita reformas. Tengo que apuntalarla, porque sé que cualquier día se vendrá abajo y yo estaré dentro. Pero antes, y no debo tardar mucho, me armaré de valor, saldré de aquí, de mi fortaleza, y te pediré que un día vengas a verme.






















sábado, 23 de enero de 2010

PERO HAY MÁS DÍAS QUE LONGANIZAS

Cuando Ramón vio aquel hueco tuvo un pálpito. Pero, total, era bajar y subir. Sería un instante sólo. Además, nadie hacía caso de la raya amarilla pintada en el suelo y allí aparcaba todo el mundo.

Efectivamente, fue un instante de cinco minutos. Regresó rápidamente pensando que el mundo no se habría movido en estos trescientos segundos. Sin embargo, cuando fue a abrir con el mando a distancia, la multa estaba allí, cogida al parabrisas.

A unos diez metros, el agente 747 todavía mantenía el talonario y el bolígrafo calientes en su mano. Ramón se dirigió hacia él para suplicarle con la esperanza de obtener comprensión e indulgencia. "No he tardado nada...ha sido un momento nada más...". El policía, sin mirarle a la cara, se limitó a advertir: "...la grúa viene de camino".

Ramón se dio la vuelta, conteniendo la rabia, farfullando "sólo estáis para recaudar...cuando hacéis falta entonces desaparecéis...".





PERO HAY MÁS DÍAS QUE LONGANIZAS

Había sonado el timbre de aquella clínica dental y la enfermera abrió la puerta

Tras aquel flemón impresionante y merecedor de figurar en los manuales de la medicina, se advertía la cara del agente 747 que vestía de paisano. No tuvo que dar muchas explicaciones. "Espere un momento y ahora le llamaremos".

Dentro, en la consulta, tras la mascarilla blanca de papel, se advertía la cara deeeeeeeeeee (¡bingo!)... Ramón.

El desenlace de esta entrada queda abierto a multitud de opciones que dependen, por un lado de la sed de venganza o del espíritu compasivo de quien se encuentre en la piel de Ramón y por el otro del sentido estricto de la justicia de quien se identifique con el 747, que hizo lo que tenía que hacer...

Se refieren aquí sólo algunas:

OPCIÓN 1.- El 747 descubrió por el rabillo del ojo quién era el dentista, "¡Éste es éste!", exclamó con lógica aristotélica. Argumentando que se había dejado el coche en doble fila, salió corriendo por piernas y aún lo están esperando.

OPCIÓN 2.- En espera de encontrar alivio a su dolor agudo, el 747 entró hecho un corderito en la consulta y se sentó en el sillón dental. Ramón, que lo había reconocido en el acto, "este pájaro es este pájaro", se transformó en el carnicero de Milwokee, y entró a saco y sin anestesia. Un terrorífico grito atravesó la ciudad. "¡Caróoooooooooooooooooon!". (Nótese que con la boca abierta, el sonido "b" es difícil de articular)

OPCIÓN 3.- Con un flemón en ese estado no había nada que hacer. Ramón le recetó antibiótico y lo citó para la siguiente semana. En ese intervalo de tiempo, tuvo noticia de una denuncia anulada.

OPCIÓN 4.- La del chiste: "¿Nos vamos a hacer daño?". ´


Se esperan, pues, otras opciones.

lunes, 18 de enero de 2010

EL CONTROLADOR PERSONAL

Para dedicarse a esto hay que tener verdadera vocación. Con exclusividad. Con una responsabilidad inmensa. Con una presión al límite. Con agotamiento físico y emocional. Sin horarios. Sin ayudas externas. Sin reconocimientos por parte de nadie. No hay dinero que compense este sacrificio. Perdonen ustedes, soy controlador personal.

Un trabajo penoso, oigan. Y yo estoy rompiendo un compromiso de máxima confidencialidad al escribir estas líneas. Y contarlo me puede costar muy caro, pero ya me da lo mismo, por algún sitio necesito descargar la tensión que me asfixia.

Y no crean que hasta aquí llega cualquiera, no. Empecé con una preparación muy dura e intensa. Multidisciplinar. Muchos candidatos y pocas plazas. Pero yo suponía por aquel entonces que estar aquí es llegar a la élite. Después de solaparme durante un tiempo con dos compañeros más veteranos (de los que después no he vuelto a saber nunca más), me asignaron a Pepe.

¿Pepe? ¿Me había matado a estudiar para ser el controlador de Pepe? Las órdenes no se comentan ni se discuten: simplemente se obedecen. Sería en lo sucesivo su controlador con la misma intensidad y profesionalidad que si se hubiera tratado del director General de la Multinacional Pasmina. Me dedicaría a hacerle la vida más llevadera para que fuera razonablemente feliz. Sería, en lo posible, su ángel de la guarda. Todo ello sin que se percatara lo más mínimo, por supuesto. Descarten ustedes esa vieja utopía de que "todos los seres humanos son iguales", porque van a comprobar que unos son más iguales que otros, sobre todo si tienen detrás un controlador personal.

Primero, me documenté. Tenía que conocer a fondo a Pepe. Desde su entorno (familia, amigos) hasta sus instintos más ocultos, pasando por su trabajo, su vivienda de entonces y su libreta de ahorros.

Hasta la fecha, no hay barrera informática que se me resista, por lo que tampoco fue muy difícil hacer un seguimiento de sus ingresos y sus gastos desde mi portátil. Y en esto Pepe era bastante sensato: nunca gastaba aquello que no tenía. Aún así, procuré que no tuviera que preocuparse por su sustento, y le di pistas para que acudiera a una entrevista de trabajo en Xenak. Otros quince, todos mucho mejor preparados que él, también se presentaron. Pero ninguno iba con controlador personal, je, je. El puesto se lo llevó Pepe, claro.
Poco a poco fui teniendo más y más calado a Pepe. En la primera revisión médica de su nueva empresa conseguí que le insertaran un localizador para que desde mi pantalla-radar no hubiera agujero en el que pudiera ocultarse.

Registré todas sus llamadas telefónicas. Créanme, algunas las escuchaba varias veces, no fuera a escaparse algún dato relevante. En relativamente poco tiempo, tuve a Pepe controlado.
Entre mis logros iniciales, puedo acordarme de aquellas entradas imposibles para la primera fila en el Palau; aquel descuento en la compra del coche, aquel ático con magníficas vistas cuyo comprador inicial se hizo inesperadamente atrás... y así una larga lista. Pepe se sorprendía de lo bien que le iban las cosas y lo achacaba a su buena fortuna.
A medida que, con mi invisible ayuda, Pepe fue progresando, su escala de valores también fue ascendiendo de forma imparable y mi trabajo complicándose geométricamente. Del calcetín de mercadillo al "executive soft FTY", por empezar por los pies. Del Ford Fiesta al Audi. De la tienda de campaña al Parador. Aún así, nada imposible, porque hasta ese momento todo para Pepe era "yo, yo y después también yo".

Pero Pepe empezó a sentirse afectado por lo que les sucedía a sus seres queridos. Asumía como propios los problemones de quienes le rodeaban. Incluso dramas muy gordos. A mí me supuso ampliar el radio de acción. Los resultados bajaron, y no fueron muy efectivas las maniobras de distracción que le lancé para intentar que se olvidara un poco de los demás.

Fue cuando me pidieron que me encargara también de Paco. ¿Paco? ¡con la que estaba cayendo con Pepe y encima me endosaban a Paco! Un pobre chaval en un barrio marginal. Sin cuenta corriente, sin móvil. Tendría que valerme de la épica, de las estrategias de los primeros controladores personales de la historia... Permítanme escribir claro: queriendo llegar a todo, empecé a ir de culo.

Pero esta mañana me han comunicado que me olvide de Pepe. No me lo esperaba. He cogido un rebote mayúsculo. Pepe se ha clavado tanto en mi vida, que sólo su felicidad colma la mía. He notado un nudo en mi garganta cuando hoy ya no he hecho nada por evitar que una paloma con el estómago flojo descargara inmisericorde sobre él toda su metralla. Le he visto aterrado, porque nunca antes le había pasado nada parecido (ya estaba yo para evitarlo). Me he cruzado con él por primera vez en muchos años (¡no me conoce!) y le he ofrecido un paquete de pañuelos. Luego he puesto rumbo hacia el barrio marginal, donde Paco espera (sin saberlo). Ya dije antes que las órdenes no se comentan ni se discuten, simplemente se obedecen. Recuerden ustedes, de momento, soy un controlador personal.


domingo, 10 de enero de 2010

EL SECRETO DEL AIRE

Cada mes de Diciembre, Luis Remedio recibía una caja de madera con dos botellas de cava brut nature. Tras firmar el recibí, subía cargado lentamente las escaleras hacia su piso, un tercero en una humilde finca sin ascensor. Sabía la procedencia del detalle, y la gente en general habría lanzado un "oooohhhh" de admiración, si hubiera sabido que éste era enviado directamente desde la oficina del mismísimo Alejandro Holgado. Sí, sí, el presidente Holgado. "Aún se acuerda de mí, el cabrón...", murmuraba mientras abría la puerta de su vieja vivienda.
Ya en su casa, tragaba saliva, y embargado por el recuerdo, evocaba un hecho trascendente ocurrido muchos años antes.
MUCHOS AÑOS ANTES...
Sentados en las butacas delanteras del auditorio, Luigi y Alex estrujaban el folio que tenían escrito, mientras esperaban su turno. "Déjamelo un momento", pidió Luigi, "esto lo borramos: mejor no lo comentes ahora". Y Alex asentía, "Vale, ¿pero no quedará un poco corto entonces...?". "...no, porque quitaría relevancia sobre el tema principal". Luigi tachó entonces un párrafo. "Luigi, tío, ... estoy muy nervioso... la voy a cagar...". "Tranquilo, Alex, lo hemos repasado un montón de veces... y va a salir muy bien... va a impactar...cuando acabes vamos a brindar con cava por el éxito ".
Desde el escenario, el mantenedor clamaba, ".¡..turno para la voz de los jóvenes, turno para nuestros compañeros Alejandro y Luis!".
Se dieron un codazo, eran ellos, les tocaba. Se levantaron. Luigi, se ajustaba las gafas a modo de tic. Subieron las escaleras. Los focos les cegaban. Miedo escénico. Una multitud se centraba en ellos. "Buenas noches", titubeó Alex. A su izquierda, mucho más bajito e insignificante, Luigi. El micrófono amplificaba la voz del orador. A la tercera frase, se impuso silencio. "Por eso, desde aquí, ha llegado la hora, iniciamos una andadura en la que con vuestro apoyo necesario y nuestra entrega total...".
Hubo una pausa valorativa. Luigi se sabía de memoria, palabra a palabra el texto, miraba el gesto de Alex, "lo está bordando", pensaba, "se mete a la gente en el bolsillo".
"Ahora, queridos amigos, requiero vuestra máxima atención, escuchadme por favor lo que os tengo que decir...". Alex carraspeó. Miró al centro del auditorio.
Entonces ocurrió el desastre que pudo cambiar el curso de la Historia con mayúsculas.
Sonó una ventosidad estrepitosa, cuyo estruendo captó con toda nitidez el micrófono haciéndolo resonar en dolby digital surround por la sala entera. Alex no pestañeó. Ni se inmutó. El público, quedó por momentos perplejo, sin sangre.
Todo se venía abajo repentinamente. Seguro que en las crónicas había descritos miles y miles de chistes escatológicos, pero casi todos ficticios y sobre todo ninguno referido a un candidato político con posibilidades.
Era el momento de una gran decisión, de un gran sacrificio.
Luis, con un enorme sentido de la responsabilidad y altura de miras, levantó la mano, y dijo "Perdonen: he sido yo". Y después bajó la cabeza. Alex, entretanto, recobró el uso de la palabra, "...por poco nos matas, amigo, je, je...". Un murmullo de reprobación saltó desde las gargantas de la multitud, que empezaba a sentirse seriamente gaseada. Los más atrevidos, desde el fondo, lanzaron silbidos y le increparon, "saboteador...", "...vete de ahí, que contaminas a nuestro candidato...".
A partir de aquel acto político, Luis se convirtió en un "apestado" para el partido. Se ganó apodos de las lenguas viperinas, siempre especialmente crueles con los más débiles... "mofeta", "cagón", "el que se fue por la patilla...". Terminó pidiendo la baja y marchándose a su casa.
Con ese sambenito, ningún trabajo (en caso de conseguirlo) le duraba gran cosa. Emocionalmente inestable, fue rodando de psicólogo en psicólogo hasta que uno le sugirió una sesión de hipnosis, "en la que liberara el trauma que le atrapaba el subconsciente". Él salió despavorido por temor a que su subconsciente revelara un secreto capaz de hundir un gobierno.
Por aquel entonces, en su nevera ya se acumulaban varias botellas de brut nature.

lunes, 4 de enero de 2010

QUIÉN HIZO ESTA PINTADA

Había sido un gigante. Mediría más de dos metros y pico, por lo menos. Tanto, que coleccionaría coscorrones por pasar debajo de las puertas. Seguramente llevaría ya mucho tiempo cavilando en cómo poder llamar la atención de María. Y se habría decidido por comprar un par de botes de spray de color negro, por si con uno no tenía bastante. Se enfangaría las botas, se pondría de puntillas y escribiría su nombre con su mejor letra. Luego, con los brazos cruzados y apoyado en la estructura de la valla, otearía el horizonte y esperaría a que ella pasara con el coche, como hacía cada día cuando acababa la jornada, porque ese cartel estaba a la entrada del pueblo y a la vista de todos. Los minutos transcurrirían con angustia. Pero, según lo previsto, ella aparecería conduciendo a velocidad moderada su Ford Fiesta y, al verlo plantado en el arcén y reconocerlo, se preguntaría: "¿qué hace éste aquí?". Al instante, levantaría la mirada y leería las grandes letras, "María, te quiero", y el corazón le latiría con fuerza, y daría un frenazo en seco. Entonces, el gigante saldría corriendo (estilo Romay) hacia la carretera, qué poquito había faltado para que el Fiesta se estampara contra la señal de "peligro, animales sueltos", y abriría la puerta del coche, y ella tendría la vista borrosa por las lágrimas de felicidad. Él , sacándola con delicadeza, la levantaría hasta el cielo como quien levanta una pluma, y ella, presa del vértigo, le diría: "Yo también, tonto, yo también..."








No queda tan literario; pero en realidad no fue un gigante, sino un pintor de fachadas más bien bajito, con las manos agrietadas y la cara salpicada de pintura. No fue premeditado, sino "aquí te pillo aquí te mato". Aquel día no le habían pagado el blanqueado de la valla, con la excusa de que su cliente tampoco había cobrado a su vez. Pedazo de cabrón..., ¡se iba a enterar!. Descargó de la furgoneta la escalera extensible, cogió un poco de pintura negra y se encaramó al cartel. Se hizo para atrás para contemplar cómo le había quedado la obra de arte, y con el codo, bote y pincel fueron al suelo. Cuando intentó recogerlos al vuelo, perdió el equilibrio, quiso agarrarse al travesaño, y ¡¡broooooom!!, también fue él mismo abajo como un saco. Ay, ay, ay, ostia-puta-coño, qué daño, menuda leche, se hizo un señor esguince en el pie izquierdo. Y ya para entonces, el coche de la policía local se había detenido y el municipal avanzaba ensuciándose las botas hacia él con el libro de recetas abierto: había pillado in fraganti a un "grafitero"... A todo esto, "la María" se acercaba con su Derbi destartalada, y se topaba con la escena. Leyó el letrero, "yo alucino...", y sin detenerse sorteó los dos vehículos (furgoneta y poli), y le dio gas a la moto renqueante, al tiempo que exclamaba levantando un dedo particular: "¡Que te den...!". Definitivamente, queda menos literario.