domingo, 24 de mayo de 2015

Por una trastada

I
Bueno, bueno, no era para tanto. No es la primera vez que os hago una trastada, y hay que ver cómo os habéis puesto esta vez. Qué voces. Qué gritos, sobre todo los de Sofía. Me ha parecido excesivo. Os he pedido disculpas. Jon. No volverá a suceder. De verdad. Lo siento. Yo te he hecho una carantoña. Y tú me la has devuelto, sí. Pero te lo noto. El sofoco, el cabreo, no se te ha pasado.
II
En el 124 naranja a mí me gusta ir en el asiento de detrás, al medio. Entre Sofía y tú. A veces me apoyo en ti, a veces en ella. Lo equilibro para que no riñáis. Me gusta viajar. Me gusta el aire que entra por la ventanilla. Y me gusta también, en el cassete, los “Rivers de Babilonia”, y lo bien que la berreas, Jon. Te veo hasta la campanilla. El traqueteo, curva va, curva viene, es mano de santo. Me adormezco. Cuando lleguemos, avisadme.
III
No sé por qué hemos venido hasta aquí. Calles estrechas. Casas viejas. Naves vacías. Yo, como siempre, me he adelantado y he ido de avanzadilla para inspeccionar un poco el terreno que piso, para que nadie me lo cuente. 
 IV
Iba pensando en que no me gusta este lugar. Y te lo iba a decir. Ha sido cuando me he dado la vuelta y ya no os he visto. El corazón me ha dado un vuelco. He ido a toda mecha a donde habíamos aparcado. Pero nuestro 124 naranja ya no estaba. He salido corriendo, detrás hasta la esquina. ¡Ufffff, cuidado con ése, casi me atropella! Aquel coche que se alejaba por la carretera parecía el nuestro. ¡¡ EEEEEHHHH, EHHHHHH!! Pierdo el resuello. Me paro agotado. Tiene que haber pasado algo para que os hayáis tenido que ir tan de repente. Esto no puede ser. Esto no me puede estar ocurriendo a mí.
V
Lo mejor es que me quede aquí. Quieto. Subido a la acera. No sea que, si me muevo, vosotros vengáis. No tardaréis en volver a por mí.
VI
Pasa gente. Me miran. Se preguntan, qué hace éste aquí. ¿Yo? Espero. Espero. Espero.
VIII
Ya he aprendido la lección. De verdad. Ya estoy escarmentado. Os lo prometo. No lo vuelvo a hacer. Sí, os lo prometo. Pero por favor, por favor, venid ya a por mí. Parece que oscurece, ufff, se encienden las farolas. Por favor, Jon, tú puedes: venid a por mí. 
IX
Me han enseñado a no fiarme de desconocidos. Algunos se han acercado. Menuda pinta traían. Me han preguntado que qué me pasa, si estoy bien. He dicho que a ellos qué les importa. Me pongo en guardia. Empiezo a tener hambre. Empiezo. Lo más bonito que han dicho esos de mí es: qué señorito, qué tipo tan, tan raro.
XX
A lo mejor queréis, pero no sabéis encontrar el camino para llegar hasta aquí. Eso tiene que ser.  Vistas así las cosas, no tengo alternativa. Tengo que situarme, orientarme y ponerme en camino.  Cueste lo que me cueste. Me cuelo en un portal, el del edificio más alto. Subo por las escaleras, procurando no me vean. Hasta que se acaban. Luego me lo pienso. No hay terraza. Hay tejado. Respiro hondo. Me atrevo o no. Sí. Trepo. Cuando llego arriba del todo, me acojono. Ante mí, un trozo de cielo salpicado de nubes, y hasta donde me llega la vista en cualquier dirección, un mar de fachadas con ventanas, balcones, antenas. De aquí… ¿por dónde se sale?
XXX
El instinto debe ser eso que sabes sin que nadie te lo haya enseñado antes. Aplico pues el instinto. No me resigno, pero me adapto. Sobrevivo. Me escondo de quienes sé que me quieren hacer daño. Me relaciono lo justo. Vivo sin meterme con nadie. Cuando atardece, me alimento de mis buenos recuerdos. Mi memoria selectiva los agiganta. Jon, Jon, Jon.
LX
Lo sabía. Tenía el presentimiento de que hoy ibas a aparecer. Madre mía. El corazón me ha dado un vuelco cuando te he visto. Madre mía, Jon, cómo has crecido. Has llegado hasta el rincón de la callecita donde nos vimos la última vez. Ibas despistado, buscando hacia todas partes. Me ha dado un poco de vergüenza que me vieras así, con esta pinta tan horrible. JOOOOONNNNNNN. Chispas en nuestros ojos. Sentimientos a flor de piel. Qué reencuentro más emotivo. Así, quietos. Con tantas cosas que contar. Qué tal está Sofía, tan bicho como siempre, ¿no? Punto final a mis días entre los callejones. Nos volvemos a casa. A casa, Jon. Noto que ahora das un trago de angustia. Y al notarlo, a mí se me hace de noche. Jon… ¿no nos vamos a casa?
L
Algunos de los de aquí, que ya me llaman el raro, se preguntan que qué me ha pasado, que a qué se debe este bajón que me ha dado. Para qué he de andar con explicaciones. No venías a por mí, Jon. Venías sólo a saber de mí. Y entre una cosa y otra, hay mucha, mucha diferencia.
CCI
Bostezo. Parpadeo. Acabo de verte de nuevo, de reconocerte, después de tanto tiempo. Es la tercera vez que pasas por ahí debajo, Jon. Gritas mi nombre. MICHI. Me llamas. MICHIIII. No muevo ni un músculo. Cuanto tiempo sin que nadie me llamara así. Aquí todos me conocen por “RA-RO, RA-RO”. Dicen que me lo he ganado a pulso. Desde esta azotea, desde esta perspectiva, se me eriza la piel al verte. MICHIIIII. Esta vez no saldré a tu encuentro ya vengas a por mí o ya vengas a saber de mí. ¿Sabes, Jon? Mis recuerdos con vosotros son entrañables… será por eso que he olvidado en qué consistían mis trastadas… MICHIIIIII. Me desperezo. El sol agiganta entonces mi sombra sobre la fachada de enfrente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario