domingo, 30 de noviembre de 2014

¿A qué viene tanta prisa?




I
Se abre la puerta de la consulta. Escoltado por Judith, sale Tarcisio. Qué raro se me hace verlo vestido de calle y no con el deshilachado pijama azul. Me levanto. Es mi turno. En el cruce, una pregunta: “¿Cómo te ha ido?”. Sonríe. Levanta el pulgar. “Me dan el alta”. Uauuhhh. Me alegro. Mucho. Nos damos un abrazo. Me viene un flash… y pensar que éste tío me cayó como una patada en los mismísimos la primera vez que lo vi, cuando me asignaron a mí la 522B y él ya ocupaba la 522A…   “Nos veremos pronto… pero fuera de aquí”. “Claro que sí. Nos tenemos que ver”. Me llaman. “¿Valerianooo?, pase”. “Seguro que a ti también te mandan a casa”, me dice. Voy a entrar. Me giro un segundo. Yo también levanto mi pulgar. Y sonrío. Dentro me esperan. Nudo en el estómago. A ver a mí qué me dicen. 

II
Ya en casa. Vuelta a la rutina. Saco el correo del buzón. Mezcladas, facturas y propagandas. Reparo en una carta amarilla.  Mmm… debe ser publicidad. Ya la miraré. Y en medio, rescato una postal. Uf, ésta sí que me gusta. ¡Es deTarcisio, que me envía la torre de Tondon! ¡Qué envidia! ¡Qué envidia…!

III
Es lo que tiene. Que podemos vivir los dos en Mardebé. Podemos pasear por los mismos barrios,  pisar las mismas calles. Podemos ir al mismo mercado y comprar en los mismos puestos. Eso lo podemos hacer. Pero también pueden pasar cien años, mil, sin que nos crucemos Tarcisio y yo ni una sola vez. Ocupaba mi cabeza con ese pensamiento y, ea, me he dicho: “después de tres meses, ya toca”. He marcado su número. Y las pulsaciones se han disparado. Es un amigo. 

IV
Me ha abierto él la puerta. He descargado en la mesa del recibidor los libros de los que le hablé en nuestras larguísimas horas de hospital. Los ha cogido de uno en uno. Los ha sopesado. Como si las palabras se midieran en kilos. “No te ofendas, Valeriano… llevátelos de vuelta… no los voy a leer… para mí son muy largos…”. ¿Largos para quien se ha leído las obras completas de Shakespeare? Me he quedado a cuadros:   “…en fin… si quieres, y te interesa, también tengo relatos cortos… ya los buscaré por casa”. Ha mirado el reloj de la pared varias veces. “Tengo una hora”, me había dicho cuando quedamos. Y a los sesenta minutos justos, cronometrados, con su sonrisa de siempre, me ha acompañado a la puerta. Aquí estoy, de plantón en la acera, con un frío encogedor, pensando: “éste no es el Tarcisio que yo conocía”. 

V
Una alegría que haya dicho que sí a mi propuesta teatrera PRISAS en Mediavilla. No son numeradas. Y desde hace semanas no queda ni una sola entrada.  Aún no han abierto las puertas. La cola rodea la manzana del Auditorio. Me pongo detrás del último. Ahí los veo venir. A Tarcisio y a Judith. Les levanto el brazo. “Hay mucha cola”, observa él. Sí, pero ya se mueve. Lentamente, pero se mueve. “Lo siento, Valeriano, pero no”.  No, qué. “Que no tengo tiempo para perderlo en una cola”. Se va. Como suena: ¡se va! Judith no sabe cómo reaccionar. Trata de retenerlo. Al segundo, me pide disculpas, y le sigue. La verdad es que esta puñetera cola no avanza. Se me van las ganas de ver la obra y yo también me salgo de la fila. Mientras deambulo por las calles vacías pienso que tampoco debía ser para tanto. 

VI
Después del último encuentro, yo ya no pensaba llamar a Tarcisio. Pero ha sido él quien ha aparecido en la puerta de mi casa. Con un descapotable. Es prestado. “¿Vienes a dar una vuelta?”. Bueno… esto… yo… sí, por qué no. BROOOM, BROOOOM. Me los ha puesto de sombrero, o sea, más arriba de la corbata. Viento frío en la cara. Música a cien decibelios. Derrapaje en curvas. Hacia la Sierra. Uf, uf, uf. “¿A QUÉ VIENE TANTA PRISA?”, le he gritado. La respuesta, una carcajada. Flash, flash. El radar le ha retratado seguro. Cuatro puntos menos por lo menos. Y se la ha rempamplifado. Arriba del todo, en el punto geodésico desde donde se divisa el mar entre las nubes, me ha dicho que está harto, que se deja su trabajo, ¡con lo que decía antes que le gustaba!, y que se va la semana que viene con Judith… a la Cruz del Sur… Me he quedado sin argumentos cabales…. Lo he dejado como caso perdido. Pensaba que era de una forma y es de otra. Para qué le voy a preguntar si no tenía un sitio un poco más cerca, que por qué no Gorroperdido, que me han dicho que está muy pero que muy bien. “Mira, Tarci, haz lo que te dé la gana, pero bájame despacio, despacio a mi casa porque si bajas como has subido, tiro la papilla antes de la tercera curva”. 

VII
Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando abro la puerta a Judith. Los meses transcurridos, la perspectiva, ponen las cosas en su sitio. Y aún es muy reciente la marcha de Tarcisio. Se me humedecen los ojos. Le pido que pase, pase, que no se quede ahí. Dice que tiene prisa, que es un momento sólo. Suspiro. “…es como si él supiera que le quedaba poco tiempo”, murmuro. Ella traga saliva. Registra en su bolso. Saca una carta. Una carta amarilla. A mí me da un flash. A mí me da un ahogo. La abro. La leo. Va dirigida a él. Firma el equipo médico. Fría. Aséptica. “Le informamos que su batería se agotará en Noviembre de 2014”. Digo un taco. Me muerdo las uñas. Judith me pregunta: “¿A ti no te llegó una carta como ésta?”. Niego la mayor. “No, no me suena”. “Es que los dos tuvisteis el mismo tratamiento”. Suerte que yo no soy Pinocho. Si no, me habría crecido la nariz un palmo. 

VIII
Cuando ella se ha marchado me he puesto a buscar y buscar en plancha, como un loco, entre la montaña de cartas. Facturas de la luz. Del agua. De teléfono. Del Seguro. Sobre amarillo. Sobre amarillo. Ahí, ahí, lo he encontrado. Me falta un poco el aire. Abro la ventana. Qué cosas. Yo, que de normal, tengo mucho pulso, estoy ahora temblando. Me miro en el espejo. Dudo. Si abro el sobre, podría saber cuánto me queda. No, no dudo. Prefiero beber la vida a sorbos que toda de un trago. Rompo en mil pedazos el sobre amarillo. Y respiro aliviado. Lo siguiente es ir a quedarme quieto sin hacer nada, mirando por la ventana cómo  pasan las nubes con sus infinitas y caprichosas formas.

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