domingo, 21 de septiembre de 2014

La señora Letreros


I
“¡Mírala! ¡Ahí va!”. “¿Que mire a quién?”. Giro a un lado y a otro la cabeza. Yo no veo a nadie. Ella la señala. “Ésa de delante, es la señora Letreros”. “Perdona, pero no te entiendo, Davinia, hablas muy rápido para mí”. Davinia se me acerca al oído. “Es una tía muy  pero que muy rara: no habla, pero porque no le da la gana, siempre va con una pizarrita y se hace entender con lo que escribe”. “Ahhhh”. La veo de espaldas. Parece una mujer mayor. Arrastra un carro de la compra. Y de él sobresale un tablero verde. “Lo mejor, no te lo pierdas: es que vive en la plaza del ayuntamiento… y en su balcón siempre tiene una pancarta: siempre”. Me da con el codo. “¡Corre, Tracy, ven! ¡Vamos a ver cuál ha puesto hoy! Los vecinos hacen mucho caso de lo que dice…”. La sigo. Me cuesta andar por el empedrado de este pueblo. Qué mal hice no viniendo con suelas más robustas. Callecita arriba, callecita abajo, me pierdo, me mareo. Me falta el aire. Cómo corre esta chica cuando quiere. Salimos a una bocacalle de la plaza del Ayuntamiento. Enfrente, una casita blanca, preciosa, de dos alturas y tejas viejas. En el balcón de arriba, hay un cartel colgado. Leo. Cada letra, primorosamente escrita, de un color. Deletreo. “El-día-que- cai-gan-cua-tro-go-tas-nos-va-mos-a-en-te-rar… ¿qué quiere decir eso?”. “Ja, ja: la vieja está reivindicativa”, se parte Davinia, “…pues que se acerca Septiembre, vienen las lluvias y aún no han limpiado los barrancos…: ¡Inundaciones seguras!”. ¿Y eso le hace gracia? Esta niña, ya lo decía yo, es un poco tonta o se lo hace. 

II
A Davinia le dolía algo la cabeza. Y, después de comer, diciéndome un “tú haz lo que te dé la gana, Tracy”, se ha acostado. Yo he estado haciendo zapping. Algo harán en la tele que mi oído pueda entender y que me sirva para practicar español. Pero ponga el canal que ponga no me entero. Hablan como metralletas. Y no hablan: gritan. Para dos semanas que he venido de intercambio aquí a España, o aprovecho el tiempo, o me quedo sin ver nada de nada. Me he colgado la Kodak al cuello. Y he salido a la calle. Gorroperdido no es tan grande. Cuando mi anfitriona esté más despejada y me quiera buscar, me encontrará en dos minutos. Y si soy yo la que me pierdo, con mirar a la torre del campanario e ir hacia allá, ya recupero la orientación. Uffff, decir que aquí hace calor es poco. Cómo sudo. Clic. Clic. Foto. Foto. Qué rincones. Qué calles. Cuánta maravilla en este apartado mundo. Resoplo. La plaza del ayuntamiento otra vez. La casa de… esa señora… cómo se llamaba. Ah, sí: La señora Letreros. Giro el cuello hacia arriba. Mira: Ha cambiado la pancarta. Ahora dice: “Al-cal-de-cho-ri-zo”. Eso sí que me lo tiene que explicar Davinia. No lo entiendo. Lo leo otra vez. ¿Chorizo? Me he arrimado tanto que no me he dado cuenta de que la puerta se ha abierto. Madre mía, qué susto. He dado un paso para atrás. Una señora, con el pelo blanco, peinado hacia atrás, me muestra una pizarra verde. Con una sonrisa como no he visto otra, me está preguntando: “¿Te apetece una limonada?”. Con lo derretida que estoy, y la boca seca que me ha dejado el jamón serrano de la comida, no estoy en condiciones de decir que no: se lo agradezco en el alma.

III
Es increíble. Ni un aparato de aire acondicionado está a mi vista. Pero aquí dentro de esta casa se está fresquito. Una mesita redonda. Sentadas frente a frente. Una bandeja. Una jarra de cristal. Dos vasos de cristal tallado. Ay, como se me caiga ahora. Doy un sorbo pequeñito. Temo que no me guste. Uaaaaa. Está especial. ¿No me podrá decir esta mujer cómo se hace esto? Sonrío. Y me devuelve la sonrisa complacida. Y ahora qué. Me ha tendido una pizarra. Ella sostiene la suya. Qué le digo. Afino mi letra, que es de alivio. “¿Us-ted-por-qué-no-ha-bla?”. Ojos increíblemente profundos. Como un mar. “Por-que-no-me-ha-ce-fal-ta”.  A ver cómo se lo explico en una pizarra de cuarenta centímetros. Que las palabras, según se digan, tienen matices y sentimientos. Que pueden significar una cosa o su contraria. Que la velocidad de la lengua no la tiene el lápiz más rápido. Que… Estoy en ésas, cuando ella amablemente me invita, me propone… a ver si es lo que estoy entendiendo, ¿ver un film? ¿ahora? ¿aquí? Bueno, bien, si no es muy largo, por qué no. La mujer, se agacha, prepara un vídeo… la de tiempo que yo no veía armatostes de éstos, le da al botón… y la película empieza. Sin sonido, como yo suponía. 

IV
Me he quedado absorta. Boquiabierta. He visto un peliculón. En blanco y negro. Yo diría que de principios del siglo pasado. Sus diálogos, letreritos enmarcados, sus personajes, completamente gestuales, al gusto de la señora de la casa. ¡Y ella, ella era la actriz principal! Me he conmovido. Acababa de terminar cuando han aporreado la puerta y el timbre a la vez. La señora Letreros se ha levantado a abrir. Eran dos personas. Una, Davinia. Hecha un basilisco. Dónde te has metido. Me has dado un susto de muerte. Por qué te vas sin decir nada. Te podría haber pasado algo. Otra, el policía municipal de Gorroperdido: “Señora Úrsula, voy a ser bueno: ya está quitando el cartelito de su balcón, o de la denuncia que le cae, recupera usted el habla de golpe”. Con eso ya sé que no se le puede pedir chorizo al alcalde. 

X
De nuevo en Minneapolis. Estoy pegando las fotos de Gorroperdido. Qué de recuerdos. Con Davinia, la cosa acabó así-así. Ella me dijo que, habiéndose inundado su casa después de las lluvias,  no podría venir a Minnesota y yo, cruzando los dedos y ahogando un “¡bieeennnn porque no vengas, bravo!”,  no le insistí mucho. Mi madre dice enojada que he vuelto peor que me fui: que no he progresado nada y que no soy capaz de mantener mínimamente una conversación en español. Bueno, miro mi pizarrita nueva, y no estoy totalmente de acuerdo. Contínuamente converso con Úrsula, mi queridísima señora Letreros de Gorroperdido. De corazón a corazón, saltando distancias e idiomas, tiene la voz más armoniosa y dulce que jamás he escuchado. Yo estoy educando ahora la mía. Al igual que ella, sin pronunciar una sola palabra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario