domingo, 19 de mayo de 2013

Versiones




I
Tiempo de recortes. De entre los que pasan por la calle, algunos se detienen y miran. Menuda pinta tienen los helados artesanos, fabricación propia, tras el expositor. El reloj-termómetro clavado junto a la puerta marca treinta grados, siempre cuatro más de los reales. Con esa pinta, y este calor, es casi imposible resistirse. Los ojos se ponen morados. La saliva se imagina el dulce paladar. Diez, quince segundos leyendo las etiquetas. Chocolate, vainilla, turrón, fresa… Tengo la sonrisa puesta y la mano dispuesta, camino del vasito o del cucurucho. Dulce de leche, stracciatella, yogur… Aquí es cuando levantan la mirada, qué difícil tendrían la elección si tuvieran que escoger, saludan tímidamente y prosiguen el camino. Me vuelvo a cruzar de brazos. Sí, es tiempo de recortes. Después de más de doce meses sin que me llamaran de ninguna parte para absolutamente nada, decidí recortarme yo también. El currículum. Taché lo del Máster. Y mi grado en Economía. Rebajé mi nivel de inglés. Entonces fue cuando a los cuatro días me llamaron de la ETT y cuando Luciano, el dueño de esta heladería, me dijo que yo parecía espabilada. Y aquí estoy, desde hace dos semanas. A prueba, por supuesto. Un momento, alguien viene. “¿Me pones un vasito pequeñito de tiramisú, por favor?”. “Claro que sí. Enseguida”. Los clientes esperan que yo sea generosa rellenando mucho el “vasito pequeñito”.  Mientras, se miran en el cristal de espejo de la puerta que, ya me di cuenta, tiene efecto adelgazante.

II
Luciano dice que el local de enfrente está gafado. Me cuenta que ya lo han abierto y reabierto cuatro veces con cuatro negocios diferentes. Y que, después de poco tiempo, ha vuelto a aparecer la persiana bajada y el cartel de “Se alquila”. Ahora parece que lo están arreglando otra vez. Yo, tengo curiosidad. Qué pondrán. El jefe está intranquilo. Que no sea una heladería. Que ya hay muchas en la avenida. Repintan. Ponen un rótulo. “VERSIONES”. Qué será lo que venden con ese nombre. Ropa, seguramente. A ver si lo abren pronto, que yo tengo ganas de saberlo.  

III
El chico poca cosa que, cada mañana sube la persiana de VERSIONES,  no debió hacer un estudio de mercado. Es un Video Club. Aquí, y ahora. Luciano, mientras pone la cuchara en el cuenco del helado de trufa y se relame, exclama: “éste va a durar aún menos que los otros”. Pósters de películas del siglo pasado. Clásicos. Vacaciones en Roma. Casablanca. Se coloca junto a la puerta. Reparte octavillas a los que pasan. Octavillas que recogen sin detenerse y van a parar, si no al suelo, a la papelera que hay quince metros más allá, avenida abajo.

IV
Ni helados ni películas del siglo pasado. Me siento en la banqueta. Veo cruzar las nubes por el trozo de cielo que me toca. Veo la acera de enfrente. Y veo… veo que el chico poca cosa me está mirando otra vez. No sé cuánto rato lleva así. Me pone cara de circunstancias, arrugando mucho la frente. Le devuelvo un gesto. Es un gesto de ánimo. La gente es rara para todo. Y quién no te dice que un día, viene en masa, y se lleva helados de tres en tres tarrinas para ver en casa las películas atemporales que ofrecen en VERSIONES.

V
Yo notaba que el chico poca cosa estaba nervioso. Que daba pasitos. Que se volvía atrás. Que entraba en su local. Que salía. Que continuaba mirando hacia aquí. Yo, eso lo notaba. En un momento determinado, zas, ha salido directo hacia la heladería. A mí se me ha escapado un grito. Es que en su paso decidido, no ha mirado, y casi se lo lleva por delante una bicicleta.

VI
Qué apuro. Me ha dejado una película. Para que la viera. ¿Yo? ¿Cuándo? No tengo tiempo. No he querido hacerle un feo. Le he dado las gracias. Lo mínimo es corresponder. ¿Te apetece un heladito? Se ha quedado sin habla. Venga, sí, que te lo pongo. Qué compromiso. No sabía cuál elegir. Cuál me recomiendas. Este cheese cake es especial. Le he puesto el vasito pequeñito bien colmado. Tanto que se le ha salido por los bordes y se ha puesto la manga perdida. Mientras se ha retirado, esta vez mirando a los lados por si venía alguien, he guardado la peli en el bolso. Cuál. Tarzán de los monos, no te lo pierdas.

VII
No voy a quedar mal con el chico poca cosa. Yo pondré el disco y me sentaré cómoda para verlo. Si me entra sueño y me duermo…  al menos lo habré intentado.

VIII
Le doy al Play. Al arrancar, el equipo ha hecho un extraño. La web cam me ha apuntado. Y ha tomado nota de mis datos biométricos. El ordenador me ha pedido que hable. Ha captado mi voz. “Listo para la reproducción”. La película, ¡¡¡de 1932!!! ha empezado. Casi me da un pasmo, cuando he comprobado que… no es Maureen O’Sullivan la que va al ladito de Johnny Weismuller. La que viste, y casi me muero del susto, esa tela de saco y se abraza a Tarzán mientras salta de liana en liana, soy yo misma.

IX
A lo mejor, Poca Cosa estará esperando que salga del mostrador de la heladería que vaya corriendo, que exclame, vaya peliculón, y que le pregunte cómo funciona esa novedosa técnica aplicada a las películas que él alquila. Nada de eso. He esperado a que transcurra lánguidamente la jornada y por la tarde le he devuelto el disco con un escueto: “Gracias. Ha estado bien”. Luego, me he vuelto sin girarme. Había un golosón, gordo hasta para el espejo, esperando impaciente mi llegada. Pedirá, como otras veces, un cucurucho de cuatro bolas.

X
Ha pasado una semana desde que fui Jane. Esto no tenía nada que ver con los muñecotes que bailaban villancicos por Navidad con nuestras caras pegadas. Ahora soy yo quien está un poco nerviosa. Doy pasitos. Avanzo, pero vuelvo atrás. Entro. Salgo. Miro hacia allá. Cuento hasta tres. Y zas, salgo directa hacia la tienda VERSIONES. Suerte que no pasaba nadie en ese momento, si no, me habrían atropellado seguro.

XI
Me tiembla un poco la mano. Le doy al play. Otra vez la dichosa web cam toma nota de mis rasgos biométricos. Respiro nerviosa. Vaya. Soy la actriz melancólica que llega a Notting Hill para vivir una historia maravillosamente romántica. Y no es por nada, pero mejoro mucho a la original. Para empezar, no tengo su boquita de buzón, por ejemplo.

XII
Mi abuelito me contaba que todos los Jueves corría al kiosko para comprar, leer y vivir las aventuras del Guerrero. Eran tebeos. Salvando el tiempo, me parece que estoy haciendo casi lo mismo. Contengo mi ansiedad una semana para luego ver en la pantalla lo bien que peleo, lo mucho que salto, los problemas que resuelvo y los finales felices que tengo. Todo eso estaría muy bien de no ser que… ya no me gusta vivir a este lado de la cámara, poniendo helados en tiempos de recortes.

XIII
Hoy ha venido Poca Cosa. Hace un mes que no paso por VERSIONES. Antes de que me preguntara nada, le he pedido disculpas y le he explicado que no tengo tiempo para entretenerme viendo viejas pelis. Ha guardado silencio. Cuando se iba a dar la vuelta, con el disco que me traía, le he puesto un vasito pequeñito de Cheese Cake. Colmado hasta muy arriba, como siempre. No ha sabido decirme que no. Pero esta vez no lo ha probado. Y mientras iba de vuelta, he visto claramente cómo se le derretía  y le resbalana pringándole la mano.

XIV
Se acerca el Invierno. Esto, para los helados es fatal. La gente comete el grave error de no comerlos cuando hace un poco de frío. Y Luciano ya me ha lanzado varias indirectas. Me veo de aquí poco, enviando de nuevo currículums por ahí a todas partes. Recortados, por supuesto.

XV
Llueve. Eh, el chico poca cosa viene hacia aquí. Pisando los charcos. Cuando entra, le saludo. El corazón me da un vuelco, por qué negarlo. Me alegro enormemente de verlo. Mucho. “Vengo a despedirme. Cierro VERSIONES”. Luciano tenía la oreja pegada y suelta un: “…me lo veía venir, mucho has durado tú en esto”. Me he quedado congelada, como la nevera que contiene las cubetas de los helados. Silencio de compromiso. Y ahora qué. ¿Ahora? Ahora nada. Creo que apenas me ha salido un “que te vaya muy bien”. Luego, Poca Cosa, se ha dado la vuelta, y sin importarle la lluvia, se ha marchado.

XVI
Tú eres idiota. Sí, tú. Es lo que me he quedado diciendo mientras se marchaba. Este chico es un talento. Lo único que necesita es saber cómo sacarle partido. Y yo le puedo ayudar. Yo sé cómo. Me han entrado mil temblores. Pero me he puesto en pie. “Luciano, me voy”. “¿Qué te vas? ¿A dónde?”. Ya no me ha dado tiempo de responderle. He corrido. Con la lluvia calándome hasta los huesos. “¡Eh, eh, eh!”. Tiene delito no saber cómo se llama el chico poca cosa. “¡Eh, eh, eh!”. Se ha girado. Estupefacto. Y ahí le he dicho hasta que me he cansado lo que le tenía que decir. Que él vale, que se puede salir adelante, que a la mierda con los putos recortes. Uf, cómo nos hemos mirado. Cómo. El agua empapaba. Catarro seguro. El plano que nos enfocaba se ha alejado. La canción “She”, en versión Costelo, ha subido. Y yo no he podido evitar darle un abrazo y derretirme como un cheese cake cuando él, tartamudeando, me ha dicho eso de que: “tú, tú… tú eres la protagonista de mi película”. 

1 comentario:

  1. Me ha encantado, esto promete! Por favor, continúa con la historia... Por favor, en serio. Me ha apasionado, quiero saber más. Es reconfortante saber que en el mundo todavía queda gente con imaginación. Y más importante aún, con talento y ganas de compartirlo con los demás. Muchísimas gracias por escribir cosas tan maravillosas.

    ResponderEliminar